Homilía para el II Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B (2021)

Hemos encontrado al Mesías (cf. Jn 1, 35-42)
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Andrés y el otro discípulo eran como nosotros: gente con virtudes y defectos, alegrías y penas, planes y problemas, temores y sueños. Pero sobre todo, eran buscadores de vida plena y eterna. Y sabían que sólo en Dios la podían encontrar. Por eso lo buscaban, dispuestos a dejarse ayudar para encontrarlo.
De ahí que, reconociendo en el Bautista a un enviado del Señor, se hicieron discípulos suyos. Y efectivamente, Juan era un hombre de Dios, que no buscaba tener un club de admiradores, sino orientar a los demás al encuentro con el Señor, como hizo Elí con Samuel[1]. Por eso, cuando llegó Jesús, les hizo ver que era a él a quien buscaban.
¡Sí! Jesús es aquel a quien buscamos. Porque en él, Dios, creador amoroso e inteligente de cuanto existe, origen, sostén, meta y plenitud de todas las cosas, se ha hecho uno de nosotros y ha venido a nuestro encuentro, para, amando hasta dar la vida, liberarnos del pecado que cometimos, compartirnos su Espíritu de Amor y unirnos a él, que hace la vida feliz para siempre.
Escuchando a Juan, Andrés y el otro discípulo siguieron a Jesús, quien al verlos les preguntó: “¿Qué buscan?”. Ellos, manifestándole su decisión de ser discípulos suyos, contestaron: “¿Dónde vives, Maestro?”. A lo que él respondió: “Vengan a ver”. Así, como señala el Papa, Jesús los introdujo en el misterio de la Vida[2]; los hizo partícipes de su Espíritu de Amor para compartirles la felicidad sin final de ser hijos de Dios, que consiste en amar con la totalidad de nuestro ser, incluido nuestro cuerpo[3].
También a nosotros nos comparte esta dicha, total y sin final, uniéndonos a él a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo. Si lo sabemos encontrar ahí, que es donde vive, nos llenaremos de tal manera de su amor que lo desbordaremos, sintiendo la necesidad de compartirlo con los demás. Porque quien encuentra a Dios ama; y porque ama, procura la salvación de todos, como dice san Beda[4].
Así lo hizo Andrés: fue con su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, y lo llevó con Jesús. Andrés empezó por casa. Ahí debemos comenzar también nosotros. Vayamos al encuentro de la familia, de los amigos, de los vecinos, de los compañeros y de cuantos podamos, y llevémoslos al encuentro de Jesús ¿Cómo? Cumpliendo la voluntad de Dios[5], que nos pide amar y hacer el bien.
Amemos y hagamos el bien. Como san Antonio Abad, que vivía de tal manera que la gente lo llamaba “amigo de Dios” y lo quería como a un hijo o a un hermano[6]. O como el beato Carlo Acutis, un adolescente nacido en 1991, que con su testimonio, evangelizando a través de los medios digitales y ayudando a inmigrantes, discapacitados y pobres, logró que muchos, comenzando por su mamá, encontraran a Jesús. Hagámoslo también, teniendo presente aquello que Carlo decía: “Nuestra meta debe ser el infinito, no lo finito”.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: 1 Sam 3, 3b-10.19.
[2] Cf. Santa Misa con sacerdotes, consagrados, religiosas y seminaristas, Morelia, 16 de febrero de 2016.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 6, 13c-15a.17-20.
[4] Cf. Catena Aurea, 12141.
[5] Cf. Sal 39.
[6] Cf. San Atanasio, Vida de san Antonio, Cap. 1.