Homilía de nuestro Obispo para la epifanía del Señor

Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo (cf. Mt 2,1-12)
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La vida es estupenda y el universo una maravilla. Pero también hay enfermedades, penas, problemas, desilusiones y pandemias. Y un día todo acabará.
Por eso a veces nos rodean las tinieblas de la duda, la confusión, el temor y el desánimo. ¡Pero Dios resplandece para nosotros[1]! ¡Vayamos a su encuentro! Como los magos de Oriente, que al ver su señal se pusieron en marcha para adorarlo.
Seguramente también los magos se sentirían a oscuras muchas veces. Pero eran sabios que miraban más allá de lo inmediato. Así descubrieron que el universo nos habla de Dios. Por eso no se conformaban con saber cómo funcionan las cosas, sino que buscaban al Autor de cuanto existe; al que lo dirige todo con inteligencia y amor; al que le da sentido a la vida; al que nos libera y nos conduce al progreso y la felicidad eterna[2].
¡Y la señal apareció! Ellos, que uniendo fe y razón, ciencia y religión, habían alcanzado una visión más completa de la realidad, supieron percibirla, y se pusieron en marcha para adorar a Jesús. Porque eso es adorar, como explica el Papa: es encontrarse con Jesús; es descubrir que la vida es una historia de amor con Dios; es salir de la esclavitud de uno mismo; es desintoxicarse de lo inútil, poner cada cosa en su lugar, darle el primer puesto a Dios y dejarse transformar con su amor[3].
Los magos vieron al Niño, sin palacio, sin dinero y sin ejército. Pero no se decepcionaron. Sabían que ese tipo poder se acaba. Que lo que Jesús ofrece es una vida plena y eterna. Por eso, con inmensa alegría, le ofrecieron el regalo de su fe. Esa fe que manifestaron con obras, al volver a su tierra por otro camino. Así, como dice san Gregorio Magno, nos dan una gran lección: habiéndonos encontrado con Cristo, hay que cambiar de rumbo[4].
No volvamos a Herodes, símbolo del egoísmo que nos hace superficiales e insensibles, que nos empuja a manipular y dominar a los demás, y que nos hace temerosos ante Jesús, pensando que nos quita algo, cuando en realidad nos lo da todo ¡Nos da a Dios!
Aprendamos de los magos a estar abiertos a lo grande; a saber unir fe y razón, ciencia y religión; a estar atentos a las señales que Dios nos envía a través de las personas y de los acontecimientos; a ponernos en marcha para encontrarlo; a pedir ayuda cuando perdemos su señal.
Entonces lo hallaremos y podremos adorarlo en su Palabra, en la Liturgia, en la Eucaristía y en la oración, y ofrecerle nuestra fe, convirtiéndonos en una estrella que refleje su amor, que libera y salva[5], en casa y en nuestros ambientes. Así nos ayudaremos unos a otros a experimentar que somos amados, que podemos amar y que es posible alcanzar la alegría que nunca terminará.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Is 60,1-6.
[2] Cf. 2ª Lectura: Ef 3,2-3.5-6.
[3] Cf. Homilía en la Epifanía del Señor, 6 de enero de 2020.
[4] Cf. Homiliae in Evangelia, 10, 7.
[5] Cf. Sal 71.