Homilía de Mons. Eugenio Lira para el IV Domingo de Cuaresma, ciclo A

Yo soy la luz del mundo (cf. Jn 9, 1-41)
…
Samuel era bueno. Incluso Dios lo había elegido como profeta. Sin embargo, a veces se iba con la finta.
Pero el Señor le ayudó haciéndole ver que él no juzga como nosotros, porque no se fija en las apariencias, sino que va más allá[1].
Siendo honestos, a veces, como Samuel, no vemos claro y nos dejamos llevar por lo que parece ser. O de plano, como el ciego de nacimiento, no alcanzamos a vernos a nosotros mismos, a los demás, ni al mundo como son en realidad, lo que nos hace vulnerables a la manipulación de nuestras propias pasiones y de otras personas.
Pero Dios, que nos cuida[2], envía a Jesús para hacer que veamos. Para eso, él ha mezclado su saliva con tierra, es decir, siendo Dios se ha hecho uno de nosotros, como explica san Agustín[3], y, amándonos hasta dar la vida, nos ha comunicado al Espíritu Santo que nos hace ver la realidad completa y lo que podemos llegar a ser: hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar y hacer el bien.
¡Eso fue lo que sucedió en nuestro bautismo!, como recuerda el Papa[4]. Ese día, sanándonos de la ceguera del pecado, Jesús iluminó nuestra inteligencia, como dice san Gregorio[5]. Así nos ha dado la capacidad de ver nuestra grandeza y nuestra identidad; la dignidad y los derechos de los demás; nuestra responsabilidad ante la creación; y el sentido de la vida: llegar a la casa del Padre, siguiendo el camino del amor.
La transformación del ciego de nacimiento fue tal, que la gente dudaba si realmente era él. Incluso algunos trataron de confundirlo para seguirlo sometiendo, y someter también a los demás. Tampoco hoy faltan los que intentan desorientarnos para hacernos desconfiar de Jesús y de su Iglesia, y así imponernos sus propios intereses.
Pero como aquel hombre, que no se rindió a la presión, sino que, como dice san Juan Crisóstomo, se manifestó él mismo para proclamar a su bienhechor[6], habiendo sido iluminados por Cristo debemos dar testimonio de él comportándonos como hijos de la luz. “Y comportarse como hijos de la luz –comenta el Papa– exige un cambio radical de mentalidad, una capacidad de juzgar… según otra escala de valores, que viene de Dios”[7].
¿Cuál es esa escala de valores? Lo dice san Pablo: la bondad, la justicia y la verdad[8]. Claro que vivir según esta escala de valores a veces es difícil, porque no faltan las presiones, internas y externas. Pero no tengamos miedo de ser expulsados de la masa que vive sometida al egoísmo y al utilitarismo, porque Cristo nos recibirá. Él, como recuerda el Papa: “nos espera siempre para hacer que veamos mejor” [9].
Lo hace también ahora que enfrentamos una crisis global a causa del coronavirus. Jesús, a través de su Palabra, de la oración, de los buenos consejos y de la Eucaristía, que ahora, por las circunstancias, nos vemos obligados a celebrar de manera virtual, nos hace ver que, a pesar de las tentaciones, debemos seguir confiando en Dios y hacer el bien, cuidándonos y cuidando a los demás.
No seamos ciegos frente a lo que está pasando. No juzguemos a la ligera. No nos dejemos llevar por falsas noticias o consejos sin fundamento. Como decía san Juan Pablo II, unamos fe y razón[10]. Porque como señala Benedicto XVI: “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”[11].
Detengamos unidos esta pandemia, antes de que sea tarde. Quedémonos en casa. Aprovechemos este tiempo para unirnos más a Dios, para convivir con la familia, para darnos cuenta de lo realmente importante, y para ayudar en lo que podamos a los más necesitados, incluso a través de las redes sociales. Así, como hijos de la luz, daremos testimonio de que quien sigue a Jesús tiene la luz de la vida[12].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: 1 Sam 16,1.6-7.10-13.
[2] Cf. Sal 23.
[3] Cf. Catena Aurea, 12091.
[4] Cf. Ángelus, IV Domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2017.
[5] Cf. Moralia, 8, 21.
[6] Cf. Catena Aurea, 12908.
[7] Ángelus, IV Domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2017.
[8] Cf. 2ª. Lectura: Ef 5,8-14.
[9] Ángelus, 30 de marzo de 2014.
[10] Cf. Fides et ratio, presentación.
[11] Discurso en la Universidad de Ratisbona, 13 septiembre 2006.
[12] Cf. Aclamación: Jn 8, 12.