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Diócesis de Matamoros > Día del Señor

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señoragosto 24, 20150

Señor,¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios

Josué 24,1-2.15-17.18
Efesios 5,21-32
Juan 6,55.60-69

 

Finalizamos este domingo la lectura y reflexión del capítulo seis del evangelio de san Juan. Hoy escuchamos las reacciones negativas y positivas que provocó el discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm.

No olvidemos lo que hace ocho días el Señor, con toda claridad, nos decía; de hecho, así comienza el evangelio de hoy: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida…”. El domingo pasado Jesús prometía darnos a comer su carne y a beber su sangre: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”. Estas palabras, sin duda, calaron hondamente en los oídos de los presentes, de tal manera que muchos, al escucharlas decidieron ya no seguir a Jesús; decidieron abandonarlo, dejarlo solo: “Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él”. Sencillamente no le creyeron a Jesús; no aceptaron que él pudiera darnos como alimento y bebida, su cuerpo y su sangre, y tener así nosotros, vida eterna.

Hoy en día sigue habiendo muchas personas que se proclaman “cristianas”, sin embargo no creen en las palabras de Jesús, no aceptan la realidad de su presencia en las especies eucarísticas. Hablan de “símbolo”, mas no de presencia real. Estas personas, siguen repitiendo las mismas palabras que en aquella ocasión los judíos detractores dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”.

El Señor, cuando ve que muchos empiezan a dar media vuelta y abandonarlo, pregunta a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?”. ¡Qué pregunta tan más contundente e importante! Es la pregunta que, a lo largo de estos veinte siglos, el Señor ha estado formulando: a cada generación, a cada familia, a cada persona…, es la pregunta que Jesús nos hace a ti y a mí, hoy en día, en este momento… ¿Cuál es la respuesta que le damos?

En realidad, cuando analizamos el mundo en el que vivimos, y vemos los criterios y pensamientos que rigen al hombre de nuestro tiempo: criterios meramente humanos, egoístas y carentes de sentido y de trascendencia; buscamos un horizonte más allá de lo que captan la mente y los ojos de nuestro cuerpo; buscamos alguien que nos ofrezca una respuesta que satisfaga nuestra sed de eternidad, que explique el sentido de la vida y de la historia humana.

Con Simón Pedro, los hombres y las mujeres de fe, llegamos a responderle a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Solo Jesús y nada más que él, es quien nos ofrece la felicidad plena. Él es quien, en verdad, nos da a comer su carne y a beber su sangre en la Eucaristía. Este alimento y bebida que recibimos, son la garantía de nuestra comunión y permanencia con él, y de la vida eterna que nos ofrece.

Pidamos a Dios nuestro Señor, en la Misa de este domingo, que fortalezca nuestra fe para que creamos y sepamos que Jesús, su Hijo, es “el Santo de Dios”. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señoragosto 15, 20150

El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él

Proverbios 9,1-6
Efesios 5,15-20
Juan 6,51-58

 

Continuamos la lectura y reflexión del capítulo seis del evangelio de san Juan. Este domingo, el Señor, en su famoso discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaúm, nos sorprenderá, sobremanera, al ofrecernos un alimento que no tiene comparación alguna. Hoy, Jesús, el Maestro, promete darnos a comer su carne y a beber su sangre. ¡Qué cosa por demás admirable!

El texto de la primera lectura habla de cómo la sabiduría, que personifica a Dios mismo, ha preparado un banquete en el que se ofrece, ante todo, pan y vino. De manera misteriosa y, a la vez, profética, Dios va anticipando desde el Antiguo Testamento una extraordinaria comida que, a la luz de Nuevo Testamento, comprendemos que se trata del cuerpo y la sangre de Jesús. El libro de los Proverbios insiste en tener sencillez, sabiduría y prudencia, para poder participar y aprovechar este alimento.

En el evangelio, nuestro Señor, después de hablar que él es el pan que ha bajado del cielo (domingos anteriores), ahora nos dice, con toda claridad, que nos va a dar su cuerpo y su sangre como comida y bebida: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”. Estas palabras de Jesús las comprendemos plenamente cuando él, en la última cena, toma pan y vino y dice: “esto es mi cuerpo… coman de él…; ésta es mi sangre… beban de ella…” (cfr. Mt 26,26-29).

Qué magnífico don nos ha dejado el Señor para el camino de la vida: su cuerpo y su sangre, alimento y bebida. Debemos aprovechar este manjar, de tal manera, que cada vez que participemos de la celebración de la Misa, comamos el cuerpo de Cristo en la sagrada comunión; recordando que esta práctica nos hará entrar en comunión con él y estaremos preparando nuestra resurrección y la vida eterna.

San Pablo, por último, nos exhorta a vivir algunas virtudes y, de manera especial, nos invita a ser hombres y mujeres de oración: “expresen sus sentimientos con salmos…, cantando con todo el corazón las alabanzas al Señor. Den continuamente gracias a Dios Padre…”.

En la Eucaristía de este domingo contemplemos el misterio del Dios hecho hombre, Jesucristo, que se nos da como alimento y bebida de salvación; y, en nuestra oración, sepamos agradecer a Dios este gran regalo (tesoro) que tenemos en nuestra fe católica. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

 

 

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señoragosto 8, 20150

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre

1 Reyes 19,4-8
Efesios 4,30 – 5,2
Juan 6,41-51

 

Continuamos la lectura y reflexión del capítulo seis del evangelio de san Juan. El domingo pasado Jesús expresó varias afirmaciones que causaron sorpresa y, a la vez, molestia en los judíos: “El pan de Dios es aquel que baja del cielo…”. “Yo soy el pan de la vida…”. Ellos entendieron perfectamente estas palabras, de tal manera que empezaron a murmurar contra Jesús.

Veamos, ahora, el mensaje que Dios nos ofrece este domingo, tanto en el evangelio como en las otras dos lecturas. El profeta Elías (primera lectura), huyendo de la reina Jezabel, es alimentado por Dios con pan y agua en el desierto. Este alimento frugal y “misterioso” le da fuerza para poder caminar cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte Horeb. Este alimento, sin duda, prefigura un alimento mayor que Dios mismo nos ofrecerá con el correr de los tiempos, y que nos ayudará para tener fuerza y poder llegar a su montaña santa.

Los judíos (evangelio) no quedan conformes con que Jesús se hubiese proclamado “el pan vivo bajado del cielo”. Murmuran cómo podría ser esto posible, ya que ellos conocían a José y a María, sus padres, lo que hacía a Jesús un ser terreno no bajado del cielo, como él lo decía.

Nuestro Señor, ante estos comentarios señala, claramente, que sólo por medio de la fe, sólo por la inspiración de Dios, su Padre, es posible entender que él haya bajado del cielo como pan que da la vida eterna: “nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado…”. “El que cree en mí, tiene vida eterna…”. Jesús, pues, se nos presenta a nosotros como “el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera…” y viva para siempre. Qué importante es creer en Jesús, tener fe en él; él nos da la vida eterna.

San Pablo, en la segunda lectura, nos exhorta a desterrar algunos vicios y a practicar algunas virtudes: “Destierren de ustedes la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad…”. “Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo…”. Solamente evitando el mal y haciendo el bien podremos crear ambientes más cristianos, más propicios para el crecimiento de la fe y el establecimiento del Reino de Dios.

Supliquémosle a nuestro Dios en la Eucaristía de este domingo que creamos plenamente, con una fe madura, que Jesús es el pan bajado del cielo, y que quien lo come, vivirá para siempre. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señoragosto 1, 20150

Es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo

Éxodo 16,2-4.12-15
Efesios 4,17.20-24
Juan 6,24-35

 

El domingo pasado comenzamos la lectura del capítulo 6 del evangelio de san Juan. Durante cinco domingos estaremos leyendo este importante capítulo del cuarto evangelio. Estaremos atentos, sobre todo, a las palabras que Jesús vaya expresando y que explican y dan sentido a las acciones de los personajes.

El texto de hoy comienza diciendo que la gente que había disfrutado de la multiplicación de los panes (evangelio de hace ocho días), se embarca hacia Cafarnaúm “para buscar a Jesús”. Este gesto de la multitud parece muy positivo, sin embargo nuestro Señor, más adelante, les echará en cara que su intención de buscarlo no es del todo buena, ya que lo buscan por interés: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse”. Buscar a Jesús debe ser para nosotros una actitud permanente.

Así mismo, la intención por la que lo busquemos deberá ser recta; no lo busquemos únicamente para que “nos vaya bien”, para que “no nos pase alguna desgracia”, para que “desaparezcan nuestras enfermedades, carencias y problemas”. Jesús, sin duda, nos ayuda en todo eso, pero lo más importante es buscar al Señor para estar con él, para disfrutar de su compañía, para entrar en comunión con él, para crecer en santidad. Es por ello que nos dice: “No trabajen por ese alimento, que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre”.

Después de este diálogo algo tenso, la gente le pregunta: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. En realidad la pregunta es formidable; la gente quiere saber cuál es el punto de partida en su relación con Dios; qué es lo más importante, qué es lo fundamental para estar en sintonía con Dios. La respuesta de Jesús no se deja esperar: “La obra de Dios consiste en que crean en aquél a quien él ha enviado”. Creer en Jesús, es por consiguiente lo que nos toca hacer a cada uno de nosotros. Recordemos que para el evangelista san Juan el verbo “creer” expresa: amor, seguimiento, conocimiento, obediencia. No significa sólo una mera afirmación intelectual-verbal. Creer es, ante todo, un estilo de vida congruente con las exigencias que Jesús nos propone en el Evangelio.

Si en el desierto el pueblo de Israel (primera lectura) recibió de Dios un pan material (el maná) que proporcionaba vida terrena; ahora, Dios Padre, ofrece un nuevo y verdadero pan del cielo que nos da vida eterna: “Porque el pan de Dios es aquél que baja del cielo y da la vida al mundo”. Este pan es Jesús, el Hijo de Dios, así concluye el evangelio: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.

En la Eucaristía de este domingo le pedimos a Dios que siempre busquemos y encontremos a Jesús, su amado Hijo, y que creamos siempre en él. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señorjulio 25, 20150

Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía…

2 Reyes 4,42-44
Efesios 4,1-6
Juan 6,1-15

 

A partir de este domingo, y los cuatro siguientes, interrumpimos la lectura continua del evangelio de san Marcos para leer el capítulo seis del evangelio de san Juan. Cada uno de estos cinco domingos tendremos la oportunidad de reflexionar algún aspecto significativo de la persona de Jesús. Nos fijaremos, ante todo, en sus palabras y en sus acciones.

El evangelista san Juan, cuando presenta algún hecho prodigioso realizado por nuestro Señor, utiliza la palabra “signo”, en vez de “milagro” como lo hacen los evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas). La palabra “milagro” expresa simplemente un hecho prodigioso llevado a cabo por Jesús; en cambio la palabra “signo” denota, no sólo un hecho extraordinario, sino ante todo, un hecho que encierra un significado más profundo que el simple “prodigio o milagro”.

La primera lectura y el evangelio coinciden en varios aspectos: Eliseo y Jesús son profetas cuyas acciones y palabras poseen una fuerza impactante para los discípulos; ambos son seguidos por una buena cantidad de personas; el alimento disponible es poco para tanta gente; tanto Eliseo como Jesús tienen la certeza que Dios provee de alimento para su pueblo; el milagro sucede en uno y otro caso; todos comen, se sacian y sobra una buena cantidad de comida.

Nos preguntamos ahora, ¿Cuál es el mensaje que Dios nos ofrece en estas lecturas bíblicas? ¿Qué está detrás de este “signo” realizado por Jesús? Son varias las enseñanzas que nos presenta el evangelio de este domingo: en primer lugar destacamos el hecho de que Jesús es seguido por mucha gente que disfruta de sus palabras y de sus acciones; todos ven en Jesús al profeta prometido en el Antiguo Testamento.

El signo narrado tiene relación con la Pascua, así lo indica el evangelista. La “multiplicación de los panes”, en san Juan, expresa que debemos unir las palabras que pronunciará Jesús después de este relato; en tales palabras encontraremos el significado profundo de este hecho prodigioso. Por hoy, basta decir que Jesús nos ofrece un alimento que sacia nuestra hambre de manera “abundante”: “con los pedazos que sobraron de los cinco panes, llenaron doce canastos”.

Imposible pasar por alto la segunda lectura de este domingo. San Pablo nos invita a practicar varias virtudes que ayudan a edificar sólidamente la comunidad eclesial: “Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”. En realidad la segunda lectura nos presenta, en su conjunto, una buena cantidad de virtudes para practicar, destacando las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor: “una sola es la esperanza…una sola fe…”.

Contemplemos, como discípulos, el signo realizado por Jesús en el evangelio de este domingo. Pidamos por quienes padecen hambre en su cuerpo, y comprometámonos a compartir lo que tenemos con aquellos hermanos nuestros que carecen de lo necesario para vivir. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señorjulio 18, 20150

Se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor

Jeremías 23,1-6
Efesios 2,13-18
Marcos 6,30-34

 

La experiencia del pueblo de Israel acerca de sus pastores, es decir, de sus guías que velaban por las diversas necesidades de la gente, especialmente de los más pobres, no fue muy grata que digamos. Los pastores, entre ellos, los gobernantes, en vez de favorecer y velar por los débiles, se aprovechaban de su puesto para un beneficio personal o familiar.

Hoy la palabra de Dios nos presenta el tema del pastoreo en Israel: los malos pastores y la promesa de Dios de enviar buenos pastores; Jesús un buen pastor y los apóstoles aprendiendo el arte de pastorear a los seguidores del Maestro.

Dios, a través del profeta Jeremías, en la primera lectura, habla fuertemente contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer a las ovejas de mi rebaño! … Ustedes han rechazado y dispersado a mis ovejas y no las han cuidado…”. Ante esta triste realidad, la compasión de Dios por su pueblo es maravillosa ya que le promete enviarle verdaderos pastores: “Les pondré pastores que las apacienten. Ya no temerán ni se espantarán y ninguna (oveja) se perderá”.

Este texto nos hace concluir que el Señor siempre está atento a las necesidades de su pueblo, y que, si bien es cierto, no siempre quienes están al frente de las comunidades son pastores generosos que velan por las ovejas más débiles, Dios, sin embargo, proveerá en su momento de pastores según su corazón.

Los apóstoles, en el evangelio, se reúnen con Jesús después de ese primer envío que les hace; ellos le cuentan todo lo que hicieron y enseñaron. Sin duda los vio cansados, por eso los invita a ir con él a un lugar solitario para que pudiesen descansar un poco. ¡Qué gran detalle del Maestro! Les estaba invitando a un merecido descanso. La sorpresa fue mayúscula, ya que al arribar a tal lugar “solitario”, la gente ya los estaba esperando. El Señor reacciona positivamente ante esta situación “un tanto inesperada”: “se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas…”.

Las enseñanzas del evangelio de este domingo son varias: El descanso de los discípulos misioneros no consiste en dejar de evangelizar; el descanso es más bien, estar con Jesús, el Maestro: “vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. El descanso estará no en “ir a un lugar solitario”, sino en “ir con Jesús”. Por otra parte, es significativa la reacción del Señor ante la multitud que lo esperaba en aquel sitio: se compadece y se pone a enseñarles la palabra de Dios. Estas actitudes manifiestan que es un buen pastor, ya que antepone las necesidades de la gente a sus propias necesidades.

El evangelista san Juan nos ayudará a complementar este texto de san Marcos con aquellas hermosas palabras de Jesús: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado… no le importan nada las ovejas…” (Jn 10,11-13).

Hoy le pedimos al Señor, en la Eucaristía, que conceda siempre a su Iglesia buenos y santos pastores, según su corazón. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

 

 

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señorjulio 11, 20150

Llamó Jesús a los Doce, los envió… y les dio poder…

Amós 7,12-15
Efesios 1,3-14
Marcos 6,7-13

 

En la historia de la salvación juegan un papel muy importante los mediadores, es decir, aquellas personas de las que Dios echa mano confiándoles la misión de ser sus instrumentos, sus portavoces, sus ministros; ellos están muy cerca de Dios pero también muy cerca del pueblo. Las lecturas de este domingo nos presentan a tres grandes personajes a través de los cuales la salvación de Dios llega al ser humano. Ellos son: el profeta Amós, Jesucristo, los Doce.

Amós, cuando recibe el llamado para ser profeta, se dedicaba al oficio de pastor y cultivador de higos. Dios lo llama y él responde con obediencia; se mantiene fiel al Señor a pesar de ciertos rechazos que experimenta por parte de la gente, especialmente de Amasías, sacerdote del santuario de Betel, quien en una ocasión le dice: “Vete de aquí, visionario, y huye al país de Judá; gánate allá el pan, profetizando…”. Amós, ante estas fuertes críticas, se apoya y toma su seguridad en Dios mismo que lo ha llamado de junto al rebaño y lo ha enviado a profetizar a su pueblo Israel.

El texto de la carta a los Efesios nos ofrece un maravilloso himno cristológico, centrado, obviamente, en la persona de Jesucristo, culmen de la historia, por quien “hemos recibido la redención y el perdón de los pecados”. Él es la cabeza de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra. Nosotros, gracias a Cristo, somos hijos de Dios, herederos, sellados por el Espíritu Santo prometido.

San Marcos, en el evangelio, nos relata la vocación, el envío y la misión de los Doce: “llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos”. Jesús les invita a ser pobres y austeros en el ejercicio de esta misión que les encomienda; les advierte, además, que sufrirán rechazos: “Si en alguna parte no los reciben…”. El relato termina diciéndonos que los Doce cumplieron con la tarea que Jesús les había encomendado: “Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban”.

Dios, hoy en día, nos sigue llamando, nos sigue enviando, nos sigue confiando una misión: ser sus profetas, sus intermediarios, sus ministros. Que el ejemplo de Amós, de Jesús y de los Doce, nos motive a cada uno de nosotros a responderle positivamente al Señor y a mantener una actitud de fidelidad y perseverancia en su santo servicio. Esto le pedimos a Dios en la Eucaristía de este domingo. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señorjulio 4, 20150

Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga

Ezequiel 2,2-5
2 Corintios 12,7-10
Marcos 6,1-6

 

Tres personajes bíblicos se nos presentan este domingo a nuestra consideración: el profeta Ezequiel, san Pablo y Jesús de Nazaret. Los tres tienen algo muy importante en común: son predicadores de la Palabra de Dios, despliegan un ministerio profético en el pueblo de Israel y en la Iglesia.

El profeta Ezequiel es llamado y enviado por Dios para predicar su Palabra: “A ellos te envío para que les comuniques mis palabras”. El profeta acepta esta vocación no obstante que se le anuncia que los destinatarios de su predicación no siempre estarán muy dispuestos a escucharle: “Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.

San Pablo, por otra parte, nos refiere su experiencia de apóstol de Jesucristo; experiencia no siempre fácil y tranquila. Durante su vida pasó por situaciones terribles, sin embargo Cristo nunca lo abandonó: “Te basta mi gracia…”. Llega incluso a expresar su alegría ante las debilidades, insultos, persecuciones y dificultades que padece por su fidelidad al Evangelio: “De buena gana prefiero gloriarme de mis debilidades, para que se manifieste en mi el poder de Cristo. Por eso me alegro…”.

El texto del evangelio de este domingo nos relata la incomprensión que experimenta nuestro Señor en su propia tierra, con sus paisanos de Nazaret; la gente se asombra de sus palabras, pero sencillamente no le creen, no le aceptan, no lo reconocen como el enviado de Dios, como el profeta prometido tiempo atrás. Por ello Jesús llega a expresar: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”.

Ser profeta no es nada fácil, implica dificultades muy grandes: incomprensiones, críticas, persecuciones, etc. El profeta siempre contará con la presencia del Señor, no estará solo ante esta gran responsabilidad. La certeza del acompañamiento divino, será para el profeta la fuerza que lo mantendrá de pie, perseverando en la enseñanza de la Palabra.

Pidamos a Dios nuestro Señor, en la Eucaristía dominical, que nuestro ministerio profético como predicadores de su Palabra, lo ejerzamos con fidelidad, con valentía, con perseverancia, aun en medio de incomprensiones. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

 

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señorjunio 27, 20150

No temas, basta que tengas fe

Sabiduría 1,13-15; 2,23-24
2 Corintios 8,7.9.13-15
Marcos 5,21-43

 

La Palabra de Dios nos ofrece este domingo dos interesantes temas de reflexión. Por una parte, la enfermedad y la muerte del ser humano en el plan de Dios; y, por otra parte, la ayuda generosa que los cristianos debemos realizar a favor de las iglesias necesitadas.

Los seres humanos somos frágiles, estamos a merced de la enfermedad, los accidentes, el deterioro de nuestro cuerpo y la muerte. Estas realidades nos llenan de preocupación, nos quitan el sueño, nos afligen sobremanera, y no es para menos. ¿Quién de nosotros ante un diagnóstico médico inesperado no se desploma anímicamente, entrando en un estado emocional doloroso que le hace perder la paz interior? No se diga nuestra reacción ante el acontecimiento de la muerte de un ser querido… La realidad humana es difícil, sin duda, estamos envueltos en debilidad. Por eso con san Pablo decimos: ¿Quién nos librará de este cuerpo que nos lleva a la muerte? (cfr. Rom 7,24).

Hoy, la primera lectura y el evangelio nos muestran cómo Dios, en la persona de su Hijo Jesucristo, nos da otra visión de la enfermedad y de la muerte. En efecto, el autor de la Sabiduría nos dice expresamente: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creo para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables… Dios hizo (al hombre) a imagen y semejanza de sí mismo”.

San Marcos, en el relato del evangelio, destaca el poder salvador de Jesús en dos casos particulares: una mujer adulta y una niña de doce años. La mujer, curiosamente, llevaba doce años padeciendo su enfermedad. En ambos casos, la fe hace posible el resultado milagroso: “Hija, tu fe te ha curado”, “no temas, basta que tengas fe”. La mujer toca a Jesús con fe; Jesús toca a la niña, cuyo padre es un hombre de fe, y se hacen los milagros. Sin embargo, debemos considerar que detrás de estos hechos prodigiosos realizados por Jesús, el evangelista nos dice, entre líneas (curar = salvar), que el Maestro no solo es capaz de dar la salud del cuerpo, él es también capaz de dar la salud interior y la vida verdadera en la resurrección que nos promete.

San Pablo en la segunda lectura invita a la comunidad cristiana de Corinto a ser generosa y ayudar con una colecta a favor de las comunidades pobres de Jerusalén. Con esta intención les expresa a los corintios unas ideas maravillosas que a nosotros nos deben servir a fin de ser siempre caritativos con quienes pasan necesidad: “distínganse ahora por su generosidad… Nuestro Señor Jesucristo,…siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza. La abundancia de ustedes, remediará las carencias de ellos…”.

Pidamos dos cosas al Señor en la Eucaristía de este domingo: que la salvación eterna que Jesús nos vino a traer, nos haga ver más allá de la enfermedad y la muerte; y que el ejemplo de Jesús, quien siendo rico se hizo pobre, nos motive a compartir nuestros bienes con aquellos hermanos nuestros que carecen de lo necesario para vivir. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

 

 

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señorjunio 20, 20150

¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?

Job 38,1.8-11
2 Corintios 5,14-17
Marcos 4,35-41

 

El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús, “El Señor”, que tiene poder para dominar la naturaleza, en particular, para calmar la tempestad que acontece en el lago de Cafarnaúm o mar de Galilea.

En la cultura judía del tiempo de Jesús, el mar simbolizaba el mal, las fuerzas del demonio contrarias a Dios. De esta manera, si Jesús reprende al viento y le ordena al mar: “¡Cállate, enmudece!”, y el viento se calma y sobreviene la tranquilidad, significa que Jesús es Dios que no solo le pone límites al mar (primera lectura), sino que con esta acción nos da a entender que él, con su ministerio, ya está venciendo al mal, al pecado, al demonio.

Pero veamos el relato desde el inicio…

Jesús y los discípulos van en la barca atravesando el mar, buscando la otra orilla. El fuerte viento y las olas que amenazan la embarcación hacen que los discípulos se llenen de miedo, pensando en un inminente naufragio. Jesús va dormido y los discípulos lo despiertan y le dicen: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Esto origina que nuestro Señor realice el milagro de la tempestad calmada.

No cabe duda que las situaciones inesperadas de sufrimiento y de dolor, así como también, los acontecimientos difíciles y problemáticos que la vida nos presenta, pueden provocar en nosotros angustia, desesperación, miedo y hasta crisis de fe: ¿Por qué Dios no hace algo por nosotros? ¿Qué acaso a Dios no le interesa lo que nos está pasando? ¿Por qué no interviene? Estas y otras preguntas, acompañadas de reclamos, son expresiones de una falta de fe. Así les hace ver Jesús a sus discípulos: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”.

El evangelio nos invita a tener confianza en el Señor Jesús. Él nos acompaña aunque los ojos de nuestro cuerpo no lo alcancen a ver. Pongamos en su presencia nuestras inquietudes y situaciones personales o comunitarias, que él se preocupa verdaderamente de nosotros.

Pidamos a Dios Padre en la Eucaristía de este domingo que, en medio de las contrariedades de la vida, nuestro corazón encuentre en Jesús, su amado Hijo, la paz y la tranquilidad que necesitamos en estos tiempos difíciles que nos está tocando vivir. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señorjunio 13, 20150

El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra

Ezequiel 17,22-24
2 Corintios 5,6-10
Marcos 4,26-34

 

Con dos parábolas tomadas del mundo agrícola de su tiempo, Jesús nos ofrece una gran enseñanza acerca del Reino de Dios que él, precisamente, vino a establecer entre nosotros.

La primera de estas parábolas lleva por nombre “la semilla que crece por sí sola”. Esta parábola nos enseña que la fuerza de la Palabra de Dios es tal que, sin que uno sepa cómo, la Palabra recibida en nuestro interior va haciendo lo suyo, va renovando y transformando, poco a poco, las actitudes y los criterios que son contrarios a Dios, de tal manera que, con el correr del tiempo, los frutos van apareciendo en nosotros. Confiemos en la potencia de la Palabra, dejemos que el Señor nos hable al corazón, los frutos tarde o temprano irán apareciendo.

La parábola siguiente se titula “el grano de mostaza”. Con esta parábola el Señor nos hace ver que los inicios de los grandes proyectos divinos tienen, ordinariamente, comienzos pobres y humildes. La semilla de mostaza es de las más pequeñas y, sin embargo, una vez sembrada, brota la planta y crece de tal manera que se convierte en un gran arbusto capaz de anidar a las aves del cielo.

La enseñanza que Jesús nos deja con esta parábola es muy amplia: por una parte nos hace evocar los inicios de su obra; comienzos pobres y humildes, pero que después de varios siglos esta obra se ha extendido por todos los rincones de la tierra. Que no nos espanten las dificultades y la pobreza al empezar un proyecto de Iglesia; recordemos que se trata de la obra de Dios, no de la obra humana.

El texto de san Pablo, por otra parte, resalta la importancia de la fe en esta etapa terrena en la que vivimos ahora. Él nos dice: “Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza…”. Que los días de nuestra vida transcurran siempre iluminados por la fe, confiando que el Señor nos acompaña, que no nos deja solos, que va a nuestro lado, que se interesa y preocupa de nosotros.

En la Eucaristía de este domingo le pedimos a Jesús que siempre recibamos con devoción su palabra viva y amorosa y que esta palabra, meditada y puesta en práctica, produzca abundantes frutos para el bien del Reino de Dios. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

 

 

 

DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO

adminDía del Señorjunio 6, 20150

Perdónanos, Señor, y viviremos

Génesis 3,9-15
2 Corintios 4,13 – 5,1
Marcos 3,20-35

 

Recuperamos, de nuevo, la lectura continuada del evangelio de san Marcos. En los textos de este domingo encontramos varios puntos interesantes que podemos reflexionar, en especial el tema sobre el pecado y el perdón de Dios.

El relato del Génesis expresa las consecuencias del pecado de nuestros primeros padres Adán y Eva; ellos le manifiestan a Dios, cada uno a su modo, que no son responsables de lo sucedido: “La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí”. “La serpiente me engañó y comí”. Nosotros somos igual, nos cuesta trabajo reconocer nuestras culpas, siempre tenemos una excusa para no aceptar la responsabilidad, y lo que es peor, pensamos que los demás son los culpables de nuestros fracasos y de los errores en los que vamos cayendo.

La primera lectura termina con un final feliz: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón”, le dice Dios a la serpiente. Estas palabras expresan el perdón y la misericordia que Dios ofrece a la humanidad caída. El salmo 129 reafirma esto mismo: “de ti procede el perdón…”, “del Señor viene la misericordia…”.

San Pablo, en la segunda lectura nos comparte una magnífica reflexión acerca de la fe, mejor aún, acerca de su experiencia de fe: “creemos y por eso hablamos”, “nuestros sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna…”. “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno… Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna…”. Este texto de Pablo nos debe llenar de fortaleza en medio del sufrimiento y de las pruebas cotidianas. No desfallezcamos, hermanos, que la felicidad eterna preparada por Dios nos espera.

San Marcos en el texto del evangelio nos presenta una controversia de Jesús con los escribas, quienes lo acusan de estar endemoniado. El Señor les responde insistiéndoles que es imposible que Satanás expulse a Satanás. En realidad lo que Jesús expresa con la expulsión de demonios y con sus palabras llenas de sabiduría es que Satanás está siendo ya derrotado por él y que su fin está llegando. Este contenido del texto evangélico nos hace recordar el final de la primera lectura “su descendencia te aplastará la cabeza…”. Jesús es la descendencia de la mujer, Jesús es la victoria de Dios sobre el mal, sobre el pecado, sobre el demonio.

En la Eucaristía de este domingo le pedimos a Dios, nuestro Señor, que confiemos siempre en su misericordia, que no dudemos de su ternura y su compasión y que junto con María, la madre de Jesús, cumplamos siempre la voluntad de Dios. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

 

 

 

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

adminDía del Señormayo 30, 20150
SANTÍSIMA TRINIDAD

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Al Dios que es, que era y que vendrá

Deuteronomio 4,32-34.39-40
Romanos 8,14-17
Mateo 28,16-20

 

Estando ya dentro del tiempo ordinario, este domingo (domingo siguiente a Pentecostés) la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Hoy, por decirlo así, celebramos a Dios mismo que se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Me vienen a la mente aquellas significativas preguntas del catecismo que, en los tiempos de la infancia, nuestra catequista nos hacía: ¿Cuántos dioses hay? ¿Cuántas personas hay en Dios? ¿El Padre es Dios? ¿El Hijo es Dios? ¿El Espíritu Santo es Dios? Preguntas todas ellas de fácil respuesta. Sin embargo, cuando se nos preguntaba, para confundirnos un poco, “¿entonces son tres dioses….?”, nosotros ya no sabíamos responder del todo… Estamos, hermanos y hermanas, ante el Misterio de un solo Dios en tres personas, iguales y distintas. Este Misterio recibe el nombre de “Misterio de la Santísima Trinidad”.

No se trata, en esta ocasión, de hacer una reflexión de alta y, a la vez, profunda teología. Se trata de intentar comprender con nuestra capacidad humana el Misterio de la trascendencia de Dios. En realidad lo que importa es caer en la cuenta que Dios así se ha dado a conocer, como Trinidad, como una familia compuesta de tres personas. Dios no es soledad ni aislamiento, Dios es comunión, es un ser en relación, volcado, por así decirlo, hacia los seres humanos, en una dinámica de amor y misericordia. Las lecturas de este domingo así nos lo presentan.

El texto del Deuteronomio y el Salmo responsorial, por ejemplo, nos hablan de un Dios cercano a su pueblo, atento a sus diversas situaciones, siempre bondadoso, ayudándolo en sus necesidades.

San Pablo, en la carta a los romanos, nos presenta a las tres Personas divinas en estrecha relación con nosotros: “El mismo Espíritu Santo (que nos hace llamar Padre a Dios)… da testimonio de que somos hijos de Dios… herederos de Dios y coherederos con Cristo, puesto que sufrimos con él para ser glorificados junto con él”.

En el texto del evangelio aparece Jesús enviando a los once por todo el mundo con la encomienda de hacer discípulos, y bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…”. Es el Misterio de la Trinidad, revelado por el mismo Jesús y asociado al primero de los siete sacramentos, en el que quedamos constituidos como hijos adoptivos de Dios, hermanos de Jesucristo y templos del Espíritu Santo.

Que el Misterio de la Santísima Trinidad que nos envuelve por doquier, en cada circunstancia de la vida, desde que nacemos hasta que morimos, se traduzca, por parte nuestra, en fidelidad, amor y cumplimiento de su voluntad. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

adminDía del Señormayo 23, 20150

Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya

Hechos 2,1-11
1 Corintios 12,3-7.12-13
Secuencia
Juan 20,19-23

 

Con el domingo de Pentecostés concluimos el tiempo pascual, en el que, durante cincuenta días, hemos prolongado la alegría de la resurrección de Jesucristo. Ahora, una vez que se cierra la cincuentena pascual, se abre la segunda parte del tiempo ordinario; tiempo que termina, este año, el sábado 28 de noviembre.

Cada una de las lecturas bíblicas de este domingo nos presenta algún aspecto relacionado con el Espíritu Santo. Hechos de los Apóstoles nos narra la efusión del Espíritu sobre los discípulos reunidos el día de Pentecostés. San Pablo en la Primera carta a los Corintios nos describe la acción del Espíritu Santo en las personas y en la comunidad cristiana. Jesús, en el evangelio de san Juan, comunica el don del Espíritu a los discípulos el mismo día de la resurrección; de esta manera se destaca que la donación del Espíritu guarda una relación estrecha con la resurrección, como un fruto de la misma. La Secuencia, por otra parte, es sin duda una magnífica oración dirigida al Espíritu Santo que debemos hacer nuestra y rezar frecuentemente.

El Espíritu Santo transforma a los apóstoles y los convierte en valientes testigos de la persona de Jesucristo. La primera lectura destaca dicho cambio suscitado en ellos y cómo inmediatamente se ponen a hablar de las maravillas de Dios. Un hombre lleno del Espíritu, es un testigo valiente de Jesús, un predicador incansable de su Evangelio. Con el salmista le pedimos al Señor que su Santo Espíritu renueve nuestras mentes y nuestros corazones, que haga de nuestra tierra una tierra de armonía y de paz, que llenos de valentía no desfallezcamos en predicar la Palabra a nuestros hermanos.

El Espíritu Santo distribuye diferentes dones a los miembros de la Iglesia, a la manera de un cuerpo que tiene muchos miembros y cada miembro tiene una función especial que desarrollar, así también en la Iglesia: somos muchos y con diferentes dones, servicios y actividades, pero formamos un solo cuerpo, formamos una sola Iglesia. Valoremos, por consiguiente, la riqueza de ministerios y carismas presentes en cada comunidad cristiana y no perdamos de vista la importancia de mantener la unidad en la diversidad.

El texto del evangelio asocia, en boca de Jesús, el don del Espíritu y la reconciliación del ser humano con Dios: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados…”. Por ello todo bautizado, poseedor del Espíritu, deberá ser alguien asociado al perdón y a la reconciliación.

En la Santa Misa de este domingo, le suplicamos al Señor que envíe sobre nosotros su Santo Espíritu, para que nos renueve, nos llene con sus sagrados dones y nos dé la valentía necesaria para seguir anunciando su Palabra en todo el mundo. Amén.

 

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

adminDía del Señormayo 16, 20150
DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

El Señor Jesús… subió al cielo… Ellos fueron y proclamaron el Evangelio

Hechos 1,1-11
Efesios 4,1-13
Marcos 16,15-20

 

El cielo y la tierra son dos realidades que la Palabra de Dios nos presenta, este domingo, para nuestra reflexión. Ambas realidades se relacionan, las dos son importantes, una depende de la otra.

Las tres lecturas nos dicen que Jesús subió al cielo: “Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos…” (Primera lectura); “Y el que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos…” (Segunda lectura); “después de hablarles, subió al cielo …” (Evangelio).

Antes de subir al cielo, las lecturas hacen referencia a instrucciones, mandatos, encargos, que el Señor da a sus discípulos: “Ustedes serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra” (Primera lectura); “Él fue quien concedió a unos ser apóstoles…, profetas…, evangelizadores…, pastores y maestros… para capacitar a los fieles… a fin de que construyan el cuerpo de Cristo…” (Segunda lectura); “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio…” (Evangelio).

La oración colecta y el prefacio de la Misa de este día mencionan que, así como Jesús ha llegado al cielo, así nosotros, un día, llegaremos también. En pocas palabras, podemos afirmar con toda claridad que el cielo constituye, para todo discípulo, la meta de su vida. Nosotros debemos anhelar esta patria eterna que el Señor Jesús nos ha prometido. En el cielo reinaremos con él por toda la eternidad, viviendo felizmente en la presencia de Dios.

La tierra, por otra parte, es el lugar de la lucha, del trabajo, del esfuerzo cotidiano, de las pruebas, de los proyectos, de los sufrimientos y de las grandes realizaciones. Con frecuencia se convierte en un valle de lágrimas, otras veces en ilusiones y esperanzas. Lo cierto es que Jesús nos ha pedido que seamos sus testigos predicando su palabra en todo el mundo, buscando que Dios reine en el corazón de todos los seres humanos.

La actitud nuestra deberá ser la de tener nuestros pies (y nuestro corazón) bien puestos en esta tierra, pero contemplando el cielo con nuestros ojos (y con nuestro corazón). Es decir, según la manera como vivamos aquí nuestros deberes diarios y nuestros compromisos de discípulos misioneros, así será la recompensa que el Señor nos conceda en la vida futura.

Pidamos a nuestro Padre Dios, en la Eucaristía de este domingo, que el tiempo de nuestra vida transcurra con la certeza de que Jesús está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

VI DOMINGO DE PASCUA

adminDía del Señormayo 10, 20150
VI DOMINGO DE PASCUA

Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado

Hechos 10,25-26.34-35.44-48
1 Juan 4,7-10
Juan 15,9-17

La Palabra de Dios en este sexto domingo del tiempo pascual nos invita a entender y a poner en práctica el mandamiento del amor que nuestro Señor Jesucristo nos dejó hace dos mil años.

El evangelio continúa la parábola de la vid y los sarmientos que escuchamos hace ocho días. Jesús, el domingo pasado, nos hablaba de “permanecer en él para poder dar fruto abundante”. Ahora, él nos dice con toda claridad que nos ama como el Padre lo ama y, además, que permanezcamos en su amor: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor”.

Pero, ¿qué significa permanecer en su amor? Él mismo nos responde: “Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor”. Aquí tenemos el primer mensaje práctico para nuestra vida: si queremos permanecer en la dinámica del amor divino, necesariamente debemos de vivir en gracia de Dios, observando los mandamientos. Si hacemos esto seremos plenamente felices: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”.

Nuestro Señor, inmediatamente, explica o mejor aún, describe los (sus) mandamientos, sorprendiéndonos con una afirmación categórica: “Éste es mi mandamiento”. Aquí, sin duda, está hablando como Dios, como Legislador Supremo. Su mandamiento es: “que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. Mandamiento conocido pero con un contenido totalmente nuevo (“como yo los he amado”). He aquí el gran reto que nos propone el Maestro: debemos amar a nuestros prójimos de la misma manera como él nos ha amado, es decir, hasta dar la vida por ellos.

El texto del evangelio termina reafirmando el tema central de la Palabra de Dios de este domingo: “Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.

El apóstol san Juan, en la segunda lectura, relaciona el amor al prójimo con Dios mismo, llegando a afirmar verdades fundamentales: “el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor”. Esta última afirmación que expresa la esencia misma de Dios (“Dios es amor”) orienta y da sentido a la relación que tenemos con él y con nuestros hermanos.

Le pedimos al Señor, en la Eucaristía de este domingo, que nos ayude a comprender que Dios es amor y que el modo como debemos amar a nuestro prójimo es como él nos ha amado, hasta dar la vida.

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

V DOMINGO DE PASCUA

adminDía del Señormayo 3, 20150
V DOMINGO DE PASCUA

El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante

Hechos 9,26-31
1 Juan 3,18-24
Juan 15,1-8

  La imagen de la vid y los sarmientos es, sin duda, un bello ejemplo que Jesús nos ofrece en este quinto domingo de Pascua y que nos ayuda a entender la importancia que tiene estar unidos a él, a fin de poder producir fruto abundante. Jesús es la vid; así comienza el texto del evangelio: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador”. En seguida, hablando de los sarmientos, Jesús nos dice: “Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto”. Nosotros somos los sarmientos y estamos invitados a producir fruto, es decir, estamos invitados por el Señor a hacer de nuestra vida una vida positiva que contribuya para el bien, tanto de nosotros como de nuestro prójimo. La acción de podar la podemos entender como un procedimiento, un tanto doloroso, que Dios realiza en nosotros por medio de las diversas pruebas, retos y dificultades que vamos teniendo a lo largo de nuestra vida. Habrá que descubrir, con fe, el sentido de la cruz y del sufrimiento que nos toca afrontar con frecuencia y que, en ocasiones, no alcanzamos a valorar. Una de las enseñanzas más claras que encontramos en el evangelio de este domingo (incluso en la segunda lectura) la tenemos tomando en cuenta el verbo “permanecer”, que aparece 7 veces en el texto. En efecto, el verbo permanecer repetido varias veces nos da la clave de lectura del texto mismo. Jesús con una gran insistencia nos invita a permanecer unidos a él: “permanezcan en mí y yo en ustedes”. Pero, ¿qué significa permanecer en Jesús? ¿Qué quiere decir: “el que permanece en mí…da fruto abundante”? y ¿“sin mí nada pueden hacer”? La respuesta a estas preguntas es muy sencilla. Se trata de vivir en gracia de Dios; cumplir los mandamientos; estar en comunión con Jesús; tenerlo a él como nuestro Señor; conocerlo, amarlo, imitarlo y seguirlo, como verdaderos discípulos suyos. En la Eucaristía de este domingo le pedimos a Jesús, nuestra vid verdadera, que nunca nos apartemos de él y que tengamos, ante las pruebas que nos toca vivir, aquella paciencia y fortaleza que nos hagan capaces de producir frutos abundantes. Amén.

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

IV DOMINGO DE PASCUA

adminDía del Señorabril 26, 20150
IV DOMINGO DE PASCUA

El buen pastor da la vida por sus ovejas

Hechos 4,8-12
1 Juan 3,1-2
Juan 10,11-18

 

Como es costumbre, el Cuarto Domingo de Pascua, llamado “Domingo del Buen Pastor”, la Palabra de Dios nos propone, para nuestra reflexión, la figura de Jesucristo Pastor en relación con nosotros, sus ovejas.

Comencemos diciendo que la expresión “buen pastor” aplicada a Jesús, en realidad significa que Jesús es el mejor de los pastores. No es un pastor más, ni siquiera es un “buen” pastor, es, ante todo, el mejor, el excelente pastor.

Cuatro cualidades posee nuestro Señor que el mismo texto del evangelio presenta y que nos ayudan a entender el por qué Jesús es “el buen pastor”.

En primer lugar, Jesús es el buen pastor porque conoce a cada una de sus ovejas: “Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas”. Nos conoce mejor de lo que cada uno de nosotros se conoce a sí mismo. Y su conocimiento no es superficial; él conoce lo más profundo de nuestro interior. Conoce nuestros proyectos, ilusiones, desencantos, problemas, preocupaciones, caídas, ideales. Él nos conoce perfectamente, sabe qué es lo más conveniente para nuestra vida; no le somos indiferentes, se preocupa de nosotros; nos ama así como somos.

Jesús es el buen pastor porque protege a sus ovejas de cualquier peligro. No es como el asalariado, que “cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye…”. Jesús nos cuida, nos protege, sabe de los peligros que amenazan la vida de sus ovejas, pero no nos deja solos; con su palabra nos va exhortando, previniendo de todo aquello que nos pueda dañar; nos hace ver dónde está el enemigo, el lobo que nos asecha. Él nos va acompañando por el camino y nos va dando los medios adecuados para no caer y para no dejarnos engañar por el mal.

El Señor Jesús es el buen pastor porque alimenta a sus ovejas con la mejor comida (ver evangelio de san Juan 10,9). Él lleva a sus ovejas a los mejores y más abundantes pastos para que estén sanas y fuertes. Nos ofrece para alimentarnos manjares sustanciosos que nutren nuestra vida interior. Estos alimentos son, de manera especial, su palabra y su cuerpo sacratísimo. Cuando escuchamos con el corazón la palabra de Dios, ésta se convierte en verdadero alimento; cuando nos acercamos al altar de Dios para comulgar con devoción, la sagrada comunión nos proporciona vida eterna. Qué magnífico pastor que, por amor, se convierte en pasto para que nosotros nos alimentemos de él.

Pero, sin lugar a dudas, la principal cualidad por la que Jesús es el buen pastor es porque él da la vida por sus ovejas: “Yo doy la vida por mis ovejas”. En efecto, él aceptó la muerte en cruz para que nosotros pudiésemos tener la vida eterna. Nos amó hasta el extremo de morir por todos los seres humanos, buenos y malos. ¿Qué pastor es capaz de morir por sus ovejas? Ordinariamente los pastores se cuidan, se protegen, para que no les suceda alguna desgracia, ponen a salvo primero su vida. Jesucristo, en cambio, nos ha dado la mayor prueba de que nos ama muriendo por nosotros, sus ovejas.

Démosle gracias al Señor, en la misa de este domingo, por ser el buen pastor, y pidámosle que nosotros seamos buenas ovejas de su rebaño: que nos dejemos conocer por él, que nos dejemos cuidar por él, que nos alimentemos de él y que, siguiendo su ejemplo, estemos dispuestos a dar la vida por nuestro prójimo. Amén.

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

III DOMINGO DE PASCUA

adminDía del Señorabril 19, 20150
III DOMINGO DE PASCUA

Ustedes son testigos de esto

Hechos 3,13-15.17-19
1 Juan 2,1-5
Lucas 24,35-48

 

En el tercer domingo del Tiempo Pascual destacamos, como tema central de la Palabra de Dios, el tema del testimonio que todo discípulo debe dar acerca de la persona de Jesucristo, muerto y resucitado.

El apóstol Pedro en el texto de los Hechos de los apóstoles afirma, con toda claridad, que Jesucristo fue rechazado, entregado y muerto por el pueblo judío; sin embargo, Dios lo resucito de entre los muertos, “de ello nosotros somos testigos”.

El apóstol Juan, en la segunda lectura, señala, es decir, da testimonio, que “él (Jesucristo) se ofreció como víctima de expiación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero”.

Y en el texto del evangelio, los discípulos de Emaús al regresar a Jerusalén después de que han tenido la experiencia de Jesús, muerto y resucitado, cuentan a los demás apóstoles “lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan”. El mismo Jesús, en la aparición que nos relata san Lucas en este domingo, hace ver a los apóstoles que él es quien ha muerto y ahora ha resucitado: “miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse…”. Y ya al final del texto dice: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día…”. La frase última del evangelio es una afirmación contundente que hace el Señor y que, sin lugar a duda, da la clave de lectura del relato mismo: “Ustedes son testigos de esto”.

Dar testimonio, ser testigos de Cristo muerto y resucitado, tiene una finalidad muy importante que repercute positivamente en la vida de quienes reciben este testimonio. Las tres lecturas señalan esto de diferentes maneras: “arrepiéntanse y conviértanse, para que se les perdonen sus pecados” (primera lectura); “les escribo esto para que no pequen”, “aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud” (segunda lectura); “la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados” (evangelio). En pocas palabras, cuando nosotros damos testimonio con nuestra predicación y con nuestra buena conducta, de que Jesús murió por nosotros y resucitó al tercer día, buscamos, en la intención del mismo Señor, que los destinatarios de nuestro testimonio, arrepentidos de sus pecados, se conviertan a Dios y alcancen la salvación que Cristo nos consiguió con su misterio pascual.

Le pedimos al Señor, en la celebración eucarística de este domingo, que como buenos discípulos suyos logremos, cada vez más, ser verdaderos testigos de su resurrección. Amén.

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

II DOMINGO DE PASCUA

adminDía del Señorabril 12, 20150
II DOMINGO DE PASCUA

Domingo de la Divina Misericordia – Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos

Hechos 4,32-35
1 Juan 5,1-6
Juan 20,19-31

 

En el segundo domingo del tiempo pascual, el evangelio de san Juan presenta a nuestra consideración una narración de dos apariciones del Señor Jesús resucitado. Ambas apariciones, estrechamente vinculadas, nos ofrecen grandes enseñanzas acerca de algunos aspectos importantes de la vida cristiana.

En primer lugar debemos tener en cuenta el día en que suceden dichas apariciones. Ambas se dan en domingo, día en que la Iglesia celebra la resurrección del Señor. Es significativo también darnos cuenta que los discípulos están reunidos tanto “el día de la resurrección”, como “ocho días después”. Una enseñanza muy práctica es la valoración que los discípulos de Jesucristo debemos hacer de nuestra reunión dominical, la Eucaristía. En ella el Señor se hace presente con sus dones pascuales.

Los dones pascuales que el Señor nos ofrece son: la paz (“la paz esté con ustedes”), la alegría (“se llenaron de alegría”), el Espíritu Santo (“reciban el Espíritu Santo”), el envío misionero (“como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”). Cada uno de estos dones es una fuente de gracia que el Misterio Pascual de Jesucristo nos concede a cada uno de nosotros.

El tema acerca de la fe, es sin duda importante y central en el relato de este domingo. Tomás “no estaba con ellos cuando vino Jesús…”; él pide ver y tocar para creer: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. Al siguiente domingo, el Señor invita a Tomás a acercarse y tocarlo, diciéndole además: “y no sigas dudando, sino cree”. La respuesta de Tomás no se hace esperar: “¡Señor mío y Dios mío!”. Magnífica profesión de fe la que hace Tomás; ejemplar para nosotros.

Jesús termina diciendo: “dichosos los que creen sin haber visto”. Una gran bienaventuranza que es motivo de consuelo y que nos recuerda la oscuridad por la que tantos hombres y mujeres de fe caminamos diariamente.

En la Eucaristía de este domingo le pedimos al Señor Jesús resucitado que, por su divina misericordia, nos otorgue sus dones pascuales: la paz, la alegría, el Espíritu Santo, la misión, y que también aumente nuestra fe. Amén.

+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros

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