Diócesis de Matamoros
  • Noticias
  • Documentos
  • Galerías
  • El Día del Señor
  • Noticias
  • Documentos
  • Galerías
  • El Día del Señor

Archives

Category Archives: Día del Señor
Diócesis de Matamoros > Día del Señor

II Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia 2021

adminDía del Señorabril 11, 20210

Dichosos los que creen sin haber visto (cf. Jn 20,19-31)

…

¡Jesús ha resucitado! Sin embargo, quizá, como los discípulos, todavía estemos encerrados en nosotros mismos, sintiendo que es demasiado arriesgado amar a Dios y confiar en él, y amar al prójimo, siendo comprensivos, justos, pacientes, solidarios, serviciales, perdonando y pidiendo perdón en casa y en nuestros ambientes. Pero una existencia clausurada por el temor, no es vida.

Por eso, a pesar de nuestras cerrazones, Jesús viene a nosotros para liberarnos del temor mostrándonos sus heridas, con las que nos hace ver que somos infinita e incondicionalmente amados ¡Él nos ha amado hasta dar la vida! Y ahora, resucitado, nos da la paz de saber que el amor, que en definitiva es Dios, vence al pecado y la muerte, y hace triunfar para siempre el bien y la vida.

Deseoso de que podamos participar de su vida plena y eterna, comunicándonos la fuerza de su Espíritu de amor, Jesús nos comparte la misión que el Padre le confió: amar y hacer el bien, a pesar de que encontremos cerrazones, como la de Tomás, que por más que los discípulos le compartían la alegría vital de la resurrección de Jesús, no creía.

Pero Jesús no se hartó, ni mandó a volar a Tomás ¡Su misericordia es eterna[1]! Por eso, como dice san Juan Crisóstomo: “Porque Tomás lo pidió, el Señor… no le desoyó”[2]; se presentó a los ocho días en medio de la comunidad y le hizo tocar las señales del amor que hace la vida por siempre feliz. Entonces Tomás, liberándose del temor y resucitando a la vida plena y eterna del amor[3], confesó: “Señor mío y Dios mío”.

“Sólo… faltaba, Tomás –comenta el Papa–, pero el Señor lo esperó. La misericordia no abandona a quien se queda atrás” [4]. Aunque a veces nos caigamos y nos quedemos atrás, Dios nos ayuda, porque nunca deja de amarnos ¡Siempre está dispuesto a echarnos la mano a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas! Y nos invita a que, como él, le echemos la mano a los demás.

Quizá, como santa Faustina, lleguemos a quejarnos de que algunos abusen de nuestra bondad. “No te fijes en eso –le respondió Jesús–, tú sé siempre misericordiosa con todos”[5]. ¿Porqué lo dice? Porque él sabe que el amor, que nos hace capaces de buscar la unidad y de compartir nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestras cosas para que nadie pase necesidad[6], es el auténtico poder capaz de hacer resucitar nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestra sociedad y nuestro mundo.

¡Confiemos en Jesús! ¡Dejémosle que nos libere de la cerrazón del egoísmo y del temor! En este Domingo de la Divina Misericordia, experimentemos la seguridad y la paz que él nos da, escuchando cómo nos repite aquello que dijo a santa Faustina: “El alma que confía en Mí misericordia es la más feliz porque Yo mismo tengo cuidado de ella… Mi amor no desilusiona a nadie” [7].

 

+ Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

____________________________________

[1] Cf. Sal 117.
[2] In Ioannem, hom. 86.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Jn 5,1-6.
[4] Santa Misa de la Divina Misericordia, II Domingo de Pascua, 19 de abril 2020.
[5] Diario, 1446.
[6] Cf. 1ª Lectura: Hch 2, 42-47.
[7] Diario, 1273 y 29.

 

Homilía para el Domingo de Ramos

adminDía del Señormarzo 28, 20210

Lo entregó para que lo crucificaran (cf. Mc 15, 1-39)

…

No me enojo, ¡me hacen enojar! No chismeo, ¡me hacen hablar! No soy vicioso ni infiel, ¡me hacen caer! No soy rencoroso, ¡pero el que me la hace me la paga! No soy tramposo, ¡pero el que no tranza no avanza! Quiero a mi familia, ¡pero hay cosas más divertidas! Me dan pena los pobres, ¡pero no soy beneficencia! Me preocupan México y el mundo, ¡pero qué puedo hacer!

¿Cuántas veces hemos escuchado cosas como éstas? ¡Hasta las hemos pensado, dicho y hecho! Pero es muy peligroso, porque así corrompemos nuestra identidad y perdemos el control de nosotros mismos, de nuestra familia y del mundo, dejándonos arrastrar quién sabe a dónde y quién sabe por quién, hasta extraviarnos.

¡Qué diferente es Jesús! Él sí sabe quién es: Dios, hecho uno de nosotros para cumplir la misión que el Padre le ha confiado[1]: entrarle al mundo, que a raíz del pecado que cometimos se descompuso, para restaurarlo, mejorarlo y llevarlo a su plenitud sin final, de la única manera que es posible: amando y haciendo el bien.

Y aunque la tarea no fue fácil, Jesús no se echó para atrás[2]. No dejó de amar y hacer el bien, a pesar de las incomprensiones, las traiciones, el abandono, las envidias, los chismes, las burlas, las injusticias de las autoridades religiosas y civiles, la violencia, la ingratitud de la gente y hasta insultos de los que estaban crucificados con él.

¡No permitió que nada corrompiera su identidad! ¡No dejó que nada lo arrastrara y le hiciera perder el control! En los peores momentos permaneció fiel a quien era y a su misión, confiando en Dios y pidiéndole su ayuda para seguir adelante y llevarnos a la meta: ser por siempre felices con él[3].

Aunque le gritaban: “¡sálvate a ti mismo y baja de la cruz!”, no lo hizo. Como explica san Teofilacto, Jesús sabía que detrás de esas palabras estaba el demonio, que, consciente de que en la cruz, es decir, en el amor a Dios y al prójimo, está la salvación, trataba de engañarlo[4].

Ahora nos toca hacer nuestra parte. Para eso, como Jesús, conservemos nuestra identidad ¡Somos imagen y semejanza de Dios! ¡Somos hijos suyos en el Hijo! ¡En nosotros habita su Espíritu! Como nuestro Padre, que es amor, amemos y hagamos el bien. Así iremos mejorando y ayudaremos a que todo mejore en casa y en el mundo.

No renunciemos a amar y hacer el bien, a pesar de las enfermedades, de las penas, de los problemas, de los chismes, de las ingratitudes, de las traiciones, de las burlas. Y como Jesús, “cuando nos encontremos en un callejón sin salida –dice el Papa– …y parezca que ni siquiera Dios responde… recordemos que no estamos solos” [5].

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

____________________________________

[1] Cf. 2ª Lectura: Flp 2, 6-11.
[2] Cf. 1ª Lectura: Is 50, 4-7.
[3] Cf. Sal 21.
[4] Cf. en Catena Aurea, 7529.
[5] Homilía Domingo de Ramos, 5 de abril 2020.

 

Homilía para el V Domingo de Cuaresma ciclo B, 2021

adminDía del Señormarzo 21, 20210

Si el grano de trigo, sembrado en la tierra, muere, producirá mucho fruto
(cf. Jn 12, 20-33)

…

“Queremos ver a Jesús” ¡Qué gran deseo! Porque “ver”, como explica el Papa, es llegar hasta lo íntimo de la persona[1]. De eso se trata; de no quedarnos en la superficie, de llegar a lo más profundo de Jesús y encontrarnos con Él, que nos libera de la soledad, que nos responde sobre el sentido de la vida, de las alegrías, de las penas, y de la muerte, y que nos hace ver cómo ser felices por siempre.

Precisamente para eso, siendo Dios, creador de todas las cosas, se ha “sembrado en la tierra”, haciéndose uno de nosotros, dispuesto a amar hasta dar la vida en la cruz para producir mucho fruto ¿Y cuál es ese fruto? Liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eterna[2].

Por eso Jesús dice que, levantado de la tierra, nos atrae hacia sí. Porque en la cruz nos demuestra cuánto nos ama. Porque en la cruz nos ofrece un amor perfecto, incondicional, sin límites y sin final. Él, como dice san Beda, se encarnó para que, muriendo, resucitase multiplicando[3]. ¡Nos convierte en pueblo de Dios, en familia de Dios![4].

¡Ha llegado la hora! La hora del amor. La hora de encontrarnos con Dios y descubrir que Él es el mismísimo amor. La hora de encontrarnos con nosotros mismos y descubrirnos incondicional e infinitamente amados. La hora de ir al encuentro de los demás, y compartirles ese amor, aunque a veces amar sea difícil, porque implica hacer cosas que quizá no nos gustan tanto y renunciar a otras que sí nos gustan.

¿Cuáles? Ser más comprensivos y menos impositivos. Dedicar más tiempo a la familia y menos a las diversiones. Ser respetuosos y no entrarle a los chismes o al bullying en casa, en la escuela o en el trabajo. Ser justos y decir “no” a las trampas o a los negocios “chuecos”. Participar más en la vida social y política, y ser menos apáticos. Ayudar, ser caritativos con los necesitados, perdonar, pedir perdón, hacer el bien, incluso a los que no queremos y a los que no nos quieren.

Jesús mismo reconoció que tenía miedo al pensar en lo que tendría que soportar por amor. Pero no se echó para atrás; confiando en Dios vio más allá de lo inmediato, puso sus ojos en la meta, y siguió adelante ¡Hagámoslo también!

Pidámosle que nos purifique de nuestros pecados y nos dé su salvación[5], por medio de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas. Así tendremos la fuerza para responder, con nuestra forma de ser, de hablar y de actuar, al deseo de aquellos que, sedientos de amor y de una vida mejor, quieren, a través de nosotros, ver a Jesús.

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

_________________________________

[1] Cf. Ángelus, 18 de marzo de 2018.
[2] Cf. 2ª Lectura: Hb 5, 7-9.
[3] Cf. Catena Aurea, 13220.
[4] Cf. 1ª Lectura: Jr 31, 31-34.
[5] Cf. Sal 50.

 

Homilía para el IV Domingo de Cuaresma ciclo B, 2021

adminDía del Señormarzo 14, 20210

Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él (cf. Jn 3, 14- 21)

…

En nuestro camino de preparación para vivir la Pascua de Cristo, este IV Domingo de Cuaresma, llamado “Laetare”, nos invita a la alegría. Pero, ¿podemos alegrarnos, a pesar de nuestras debilidades y errores, de las penas, los problemas y ahora una pandemia que nos ha cambiado la existencia, se ha llevado a muchos y nos amenaza de muerte?

La respuesta nos la da Jesús conversando con Nicodemo, a quien ayuda para que no titube más, no se deje arrastrar por el ambiente y dé el salto de fe, haciéndole ver, lo mismo que hoy a nosotros: que somos infinita e incondicionalmente amados por Dios; tanto, que ha entregado a su Hijo para que tengamos vida eterna ¡Ese es el motivo de nuestra alegría!

Jesús no ha venido a condenar, sino a salvar. No viene a echarnos en cara nuestros errores y dejarnos igual ¡Al contrario! Así como Dios liberó a Israel de la esclavitud y lo reconstruyó por medio de Ciro, rey de Persia[1], Él mismo se ha hecho uno de nosotros en Jesús y nos ha amado hasta dar la vida en la cruz para resucitarnos de la muerte del pecado y reservarnos un sitio en el cielo[2].

“Dios –dice el Papa– es más grande que nuestras debilidades, nuestras infidelidades, nuestros pecados… tomemos al Señor de la mano… y sigamos adelante[3]. Eso es lo que Jesús nos pide: que creamos en Él. Que no prefiramos las tinieblas. Que no nos resignemos a vivir en el “exilio” del pecado, buscando otra alegría que no sea Dios[4]. Que no permitamos que la soberbia personal ame, como decía san Agustín: “una parte del todo haciendo de ella un falso todo”[5].

Actuemos conforme a la verdad y acerquémonos a Dios. “Él, –confiesa san Agustín– es el lugar de la paz imperturbable… Encomienda a Dios todo lo que de él has recibido, con la seguridad de que nada habrás de perder: florecerá en ti lo que tienes podrido… Lo que hay en ti de fugaz y perecedero será reformado y adecuado a ti; las cosas no te arrastrarán hacia donde ellas retroceden, sino que permanecerán contigo y serán siempre tuyas, en un Dios estable y permanente”[6].

Dejémosle a Dios que nos abrace y nos salve a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo. Así recibiremos su Espíritu de Amor para vivir como hijos suyos, imitando a Jesús, que no vino a condenar sino a salvar. No condenemos a la esposa, al esposo, a los hijos, a los papás, a los hermanos, a los compañeros, a la Iglesia, a la sociedad y a los necesitados. Como Jesús, con el poder del amor, que es comprensivo, justo, paciente, solidario, servicial y capaz del perdón, construyamos una familia y un mundo en el que todos podamos vivir con dignidad, realizarnos y alcanzar la salvación. 

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

__________________________________

[1] Cf. 1ª Lectura: 2 Cr 36, 14-16. 19-23.
[2] Cf. 2ª Lectura: Ef 2, 4-10.
[3] Cf. Ángelus 11 de marzo 2018.
[4] Cf. Sal 136.
[5] Confesiones, III, 4, 8.
[6] Ibíd., IV, 11, 1.

 

Homilía para el III Domingo de Cuaresma ciclo B, 2021

adminDía del Señormarzo 7, 20210

Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré (cf. Jn 2, 13- 25)

…

San Cipriano, que en el siglo III enfrentó con fe, esperanza, amor y creatividad la epidemia de peste, aconsejaba: “Unas veces habla con Dios, otras contigo”[1]. A esto estamos invitados en Cuaresma: a encontrarnos con nosotros mismos encontrándonos con Dios ¡Así descubriremos que somos una maravilla!

Porque no somos la suma de nuestras virtudes y defectos, de nuestros éxitos y fracasos, del dinero y de las cosas que tenemos ¡Somos imagen y semejanza de Dios! ¡Somos hijos suyos en el Hijo! ¡En nosotros habita su Espíritu! ¡Somos templo de Dios!

Pero a veces dejamos que entren en nosotros actitudes que, como dice el Papa, hacen de nuestra alma, que es la casa de Dios, un mercado en el que buscamos nuestro interés en vez de el amor generoso y solidario[2].

Eso sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios, celebramos la Liturgia, oramos y hacemos alguna obra de caridad, no por amor, sino esperando que Dios haga lo que queremos; cuando decimos que creemos en Él, pero no vivimos como enseña; cuando pensamos que se vale usar y desechar a los demás para sacar ventaja.

¿Y cuál es el resultado? Matrimonios fracasados, familias destruidas, sociedades plagadas de injusticia, pobreza, corrupción, contaminación, violencia y muerte, y una vida vacía, sin sentido y sin futuro.

Pero al igual que en aquel tiempo, Jesús nos ayuda echando fuera el pecado que nos destruye, y enseñándonos cómo vive un hijo de Dios: amando. Es lo que nos hace ver cuando dice: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Por eso san Pablo comenta: “nosotros predicamos a Cristo crucificado”[3].

Amando hasta dar la vida, Jesús nos ha demostrado que el amor, que en definitiva es Dios, es el verdadero poder, capaz de hacer triunfar para siempre el bien y la vida. Ese es el camino para realizarnos, para progresar, para construir un mundo mejor y para alcanzar la eternidad.

Y para que no confundamos el amor con lo que no lo es, Dios nos ha dado, como “clave”[4], los Diez Mandamientos[5]. ¿Se acuerdan de su fórmula catequética? Amarás a Dios sobre todas las cosas. No tomarás el nombre de Dios en vano. Santificarás las fiestas. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás actos impuros. No robarás. No darás falso testimonio ni mentirás. No consentirás pensamientos ni deseos impuros. No codiciarás los bienes ajenos[6].

De lo que se trata es de amar a Dios y amar al prójimo. Y por amor, como dice san Agustín, esforzarnos por corregir todo lo malo que encontremos en nosotros mismos, en nuestra familia, y en nuestra sociedad[7], no por la mala, sino como Jesús: amando hasta darlo todo, haciendo siempre el bien.

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

________________________________________

[1] Carta a Donato, 15.
[2] Cf. Ángelus, 4 de marzo 2018.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 1, 22, 25.
[4] Cf. Sal 18.
[5] Cf. 1ª Lectura: Ex 20, 1-17.
[6] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, Segunda Sección, Los Diez Mandamientos.
[7] Cf. Catena Aurea, 12214.

 

II Domingo de Cuaresma ciclo B, 2021

adminDía del Señorfebrero 27, 20210

Éste es mi Hijo amado; escúchenlo (cf. Mc 9, 2-10)

…

Sin duda, como decía san Paulo VI, este mundo es encantador[1]. Pero a veces el camino se vuelve complicado y con tantos obstáculos, que ya no se ve la meta. Jesús lo sabe. Por eso, como a Pedro, Santiago y Juan, nos invita en esta Cuaresma a subir con él al encuentro con Dios. Y transfigurándose, nos hace ver lo que pasa cuando lo hacemos ¡Nos llenamos de luz y la irradiamos a los demás!

A pesar de nuestros errores, de nuestras penas y de nuestros fracasos, Jesús puede elevarnos a Dios. Solo necesitamos dejarle que lo haga, convencidos de aquello que decía santa Teresa: “deseemos ir adonde nadie nos menosprecia”[2]. ¡Vayamos a Dios! Él nunca nos menosprecia. Nos ama como somos y quiere llevarnos adelante, hasta la meta: ser por siempre felices con él ¡Está dispuesto a dárnoslo todo[3]!

Para eso envió a Jesús, de quien nos dice: “escúchenlo”. Porque él nos comunica la luz que nos permite mirar la realidad, divisar la meta, descubrir lo que somos y lo que podemos llegar a ser si seguimos el camino del amor, que es la única vía para realizarnos, progresar, construir una familia y un mundo mejor, y alcanzar la eternidad.

Jesús nos hace ver que solo en Dios encontramos ese amor incondicional e infinito que nos hace capaces de reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás, de aceptar nuestra historia y de releer los acontecimientos del pasado con sentimientos nuevos, aprendiendo de ellos para salir adelante, descubriendo que, como dice san Beda, siempre seremos protegidos por el Espíritu Santo[4].

Lo único que tenemos que hacer es confiar en Dios, como supo hacerlo Abraham, que, a pesar de no entender porqué Dios le pedía sacrificar a su hijo único, obedeció ¡Y Dios no le falló! No solo mantuvo con vida a Isaac, sino que bendijo a Abraham y extendió esa bendición a todos los pueblos de la tierra[5].

Hay cosas que no entendemos. Situaciones que parecen absurdas y crueles. Momentos en los que parece que Dios pide lo imposible ¡Es más! Hay ocasiones en las que hasta parece que está en contra nuestra y que quiere arrebatarnos lo que más amamos.

Pero si nos dejamos iluminar por Jesús a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la Confesión, de la oración, de la penitencia y del prójimo, descubriremos que todo tiene un para qué. “Transfigurado el Salvador –explica san Beda–…mostró la gloria de la futura resurrección, suya y nuestra”[6].

¡Esa es la meta! Iluminados con esa luz, irradiémosla a la familia y a los demás, con nuestra manera de ser, de hablar y de actuar. Así, aún abrumados de desgracias, seremos capaces de confiar en Dios y de seguirlo por el camino del amor, que hace la vida por siempre dichosa[7].

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

___________________________________

[1] Meditación ante la muerte.
[2] El Castillo Interior,  IV, 1, 12.
[3] Cf. 2ª Lectura: Rm 8, 31-34.
[4] Cf. In Marcum, 3, 27.
[5] Cf. 2ª Lectura: Rm 8, 31-34.
[6] In Marcum, 3, 27.
[7] Cf. Sal 115.

 

 

I Domingo de Cuaresma ciclo B, 2021

adminDía del Señorfebrero 22, 20210

El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto (cf. Mc 1, 12-15)

…

A veces, las cosas, las actividades y las preocupaciones nos distraen tanto, que terminamos fuera de nosotros mismos, sin tener claro lo que somos, lo que vale, solos y sin rumbo. Así le pasó a san Agustín, hasta que dijo: “me di cuenta que debía volver a mí mismo… y entré en mi interior, siendo tú, Señor, mi guía”[1].

¡A eso nos invita la Cuaresma! A conocernos, reconociendo a Dios que nos hizo, como dice san Hipólito[2]. Y para animarnos, Jesús nos da ejemplo: impulsado por el Espíritu, se retira al desierto para entrar en sí mismo y encontrarse con Dios, a pesar de que no todo era tranquilidad; el Evangelio aclara que “vivió allí entre animales salvajes”.

También nosotros, a pesar de la ferocidad de las enfermedades, de las penas, de los problemas, de los trabajos y de la gente difícil con la que tenemos que convivir, podemos entrar en nosotros mismos y dejar que Dios nos ilumine para verlo todo con claridad. Así, como san Agustín, nos daremos cuenta que todo se pasa; que el único que permanece para siempre es Dios, y que solo unidos a él podemos permanecer en nosotros[3].  

Iluminados por Dios a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración, de la penitencia y del prójimo, descubrimos lo que somos, lo mucho que valemos, la realidad, los dones recibidos, los frutos que hemos dado, lo que podemos llegar a ser, la meta que nos aguarda, el camino que lleva a ella, y a los “mensajeros” de Dios que nos echan la mano: nuestro ángel custodio, la familia, los amigos, y tanta gente…

También distinguimos las tentaciones con las que el demonio quiere desviarnos para perdernos en el laberinto sin salida del amor rehusado, conscientes de que, por grandes que sean, no son invencibles. Así lo demuestra Jesús, que, unido al Padre, las vence, y es capaz de compartir con todos la buena noticia de que en él ha llegado el Reino de Dios, que, como dice el Papa: “es la realización de todas nuestras aspiraciones” [4]

¿Qué necesitamos para formar parte de ese Reino del amor, de la verdadera realización, del auténtico progreso y de la vida por siempre feliz? Lo dice Jesús: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. “El que desea la almendra de la nuez –dice san Jerónimo–, rompe la cáscara” [5]. Hay que liberarnos del egoísmo, que nos hace injustos, corruptos y violentos, y que nos empuja a usar a los demás como objetos de placer, de producción o de consumo.

Dios, que es bondadoso[6], quiere rescatarnos[7]. Sus palabras dan sentido y plenitud a la vida[8], incluso en los momentos más difíciles. No nos dejemos engañar por el demonio, que siempre quiere hacernos desconfiar de Dios y buscar otros caminos ¡Confiemos en Dios! Y unidos a él, vivamos con una buena conciencia[9], amando y haciendo el bien.

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

________________________

[1] Confesiones, VII, 10, 16.
[2] Cf. Refutación de todas las herejías, X, 33.
[3] Confesiones, VII, 11, 1.
[4] Ángelus, 18 de febrero de 2018
[5] Catena Aurea, 6114
[6] Cf. Sal 24.
[7] Cf. 1ª Lectura: Gn 9, 8-15.
[8] Cf. Aclamación: Mt 4, 4.
[9] Cf. 2ª Lectura: 1 Pe 3, 18-22.

 

Homilía para el VI Domingo Ordinario, ciclo B (2021)

adminDía del Señorfebrero 14, 20210

Se le quitó la lepra y quedó limpio (cf. Mc 1, 40-45)

…

¡Qué mal la pasaba un leproso! Además de quedar desfigurado, era declarado impuro y confinado a vivir solo[1]. Seguramente, al escuchar esto, sentimos pena por quienes vivieron algo así. Pero, ¡cuidado! Porque como dice san Agustín: “no hay nada más lamentable que la condición de un miserable que no tiene compasión de su miseria” [2].

Esto, porque si la lepra nos impresiona, lo que provoca interiormente el pecado es mucho peor: nos separa de Dios, nos aísla y nos deforma al volvernos egoístas, mentirosos, injustos, manipuladores, corruptos, rencorosos y violentos ¡Nos convierte en un peligro para la familia y para los demás!

Así lo reconoce san Agustín, cuando confiesa: “era seducido y seductor… engañaba… Soberbio aquí, supersticioso allá y vanidoso en todas partes”[3]. Pero al igual que el leproso del Evangelio, comprendiendo que en Jesús Dios viene a nosotros[4], y, compadecido, extiende su mano para tocarnos y sanarnos, le dijo: “Señor, no oculto mis llagas. Tú eres el médico, yo soy el enfermo”[5].

También nosotros podemos hacerlo. Podemos acercarnos a Jesús, que viene a nuestro encuentro, y reconocer nuestras culpas[6]. “Jesús –dice el Papa–… te ama… muéstrate delante de Jesús como eres para que él te pueda ayudar a progresar en la vida”[7].

¡Dejémosle que nos toque a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la Confesión, de la oración y del prójimo! “Así –comenta el Papa–, la lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dios y quedamos reintegrados plenamente en la comunidad[8].

Entonces, como hace notar san Beda: “la salud de uno solo conduce a muchos hacia el Señor”[9]. Quien es consciente de que Dios le da una nueva oportunidad, es capaz de hacer lo mismo con la esposa, el esposo, los hijos, los papás, los hermanos, la suegra, la nuera, aunque hayan cometido muchos errores. Es capaz de sentir pasión por los que le rodean, especialmente por los más necesitados, y de tener la audacia para echarles la mano, procurando, como san Pablo, “dar gusto a todos en todo”[10] ¡Hagámoslo!

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

_________________________________________

[1] Cf. 1ª. Lectura: Lv 13,1-2.44-46.
[2] Confesiones, I, 13,1.
[3] Ibíd., I, 3; II, 1, 2. II, 9, 1; III, 1, 2; IV, 1, 1.
[4] Cf. Aclamación: Lc 7, 16.
[5] Confesiones, X, 28, 39.[6] Cf. Sal 31.
[7] Ángelus, Plaza de Armas, Lima, 21 de enero 2018.
[8] Ángelus, 11 de febrero 2021
[9] En Catena Aurea, 6140
[10] Cf. 2ª. Lectura: 1 Cor 10,31-11,1.

 

Comunicado sobre el Miércoles de Ceniza 2021

adminDía del Señorfebrero 12, 20210

#AñoDelEncuentro #Cuaresma #EnCuaresma21

Homilía para el V Domingo Ordinario ciclo B (2021)

adminDía del Señorfebrero 7, 20210

Curó a muchos enfermos de diversos males (cf. Mc 1, 29-39)

…

Job la estaba pasando mal: asaltos y percances lo habían dejado sin empleados, sin bienes y sin hijos. Se enfermó, su esposa lo rechazó y sus amigos no lo comprendían. Por eso, con dolor decía: “me han tocado meses de infortunio”[1].

 

A veces nos suceden cosas semejantes: robos, accidentes, desastres naturales, violencia, muerte de seres queridos, enfermedades. Y en ocasiones, como a Job, aquellos en quienes confiamos nos dan la espalda o, aún tratando de echarnos la mano, no nos entienden y no nos ayudan de manera correcta.

Pero Dios, que nos ama y nos comprende, sana nuestros corazones[2]. Para eso ha compartido nuestras debilidades haciéndose uno de nosotros en Jesús, quien, amando hasta dar la vida, se ha hecho cargo de nuestros dolores[3], como lo demuestra al curar a la suegra de Pedro y a mucha gente.

Él puede sanar nuestro corazón, herido por las propias debilidades y errores; por las penas, los problemas, los fracasos, las incomprensiones y las decepciones. Él puede sacarnos adelante, porque nos ofrece un futuro tan grande y sin final, que, como dice Benedicto XVI, hace que valga la pena el esfuerzo del camino[4].

Así nos levanta y, como dice san Beda, nos da la posibilidad de ayudar a los demás[5], imitando a san Pablo, que, aprendiendo de Jesús, supo hacerse todo a todos[6]. Porque para echarle la mano a alguien debemos ponernos en sus zapatos. De lo contrario, como los amigos de Job, aún con buena intención, juzgaremos y regañaremos, en lugar de comprender y ayudar.

Nos pasará lo que aquella señora a la que el marido, que estaba muy enfermo, le pregunta: “Llorarás cuando me muera?”. Y en lugar de responder algo consoldaror, contesta: “Ya sabes que lloro por cualquier tontería”. No hay que ser así. No seamos fríos ni distantes. No estemos juntos pero no unidos ¡Vayamos a los demás!, como aconseja el Papa[7].

Acerquémomos a la esposa, al esposo, a los hijos, a los papás, a los hermanos, a la suegra, a la nuera y a los que nos rodean, especialmente a los más necesitados; dediquémosles tiempo, escuchémoslos, pongámonos en su lugar, sintamos lo que sienten, y ayudémosles a llevar su carga.

Y para tener la sensibilidad para hacerlo, al igual que con la pila del celular, “carguemos” diariamente nuestra “batería espiritual”, como hacía Jesús, uniéndonos a Dios, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo. Así, él nos dará la fuerza para salir adelante y para ayudar a los demás a hacerlo también.

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

_________________________________

[1] Cf. 1ª. Lectura: Jb 7,1-4.6-7.
[2] Cf. Sal 146.
[3] Cf. Aclamación: Mt 8, 17.
[4] Cf. Spe salvi, 1.
[5] Cf. Super Lucam, cap. 4.
[6] Cf. 2ª. Lectura: 1 Cor 9,16-19.22-23.
[7] Cf. Angelus, 4 de febrero 2018.

 

Homilía para el IV Domingo Ordinario ciclo B (2021)

adminDía del Señorenero 31, 20210

Enseñaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1, 21-28)

…

¿Se acuerdan de la canción “Amigo” de Roberto Carlos? En una de sus estrofas dice: “En ciertos momentos difíciles que hay en la vida, buscamos a quién nos ayude a encontrar la salida”. Así pasa. Porque aunque la vida es maravillosa, de pronto se nos oscurece por las enfermedades, las penas, los problemas y la muerte.

Pero Dios hace brillar su luz en Jesús[1], el profeta que había prometido[2]. Ese profeta que, como explica Benedicto XVI, no predice el futuro, sino que muestra el camino que conduce a Dios, en quien el futuro es posible[3].

Unido al Padre y amando hasta dar la vida, Jesús nos ha liberado del pecado, del demonio y de la muerte; nos ha unido a sí mismo, nos ha compartido su Espíritu y nos ha hecho hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz ¡Así nos ayuda a encontrar la salida a una vida sin sentido, monótona y sin esperanza!

Jesús nos ayuda a descubrir que solo el amor, que en definitiva es Dios, le da sentido a la vida, porque limpia nuestra mirada para que nos demos cuenta que estamos en sus manos, y que las cosas pasan para algo, aunque de momento no lo entendamos. Así el amor nos ayuda a reconciliarnos con nuestro pasado, a aceptar nuestro presente y a tener la valentía de hacer que todo mejore.

Jesús nos ayuda a descubrir que el amor es el verdadero poder que saca adelante la vida, el matrimonio, la familia y la sociedad. Que el amor es la clave para construir un mundo en el que todos podamos vivir con dignidad, realizarnos, progresar y alcanzar la eternidad. Que el amor nos hace partícipes de la misión de Jesús.

¡Sí! ¡Desde nuestro bautismo somos profetas! Tenemos la misión de mostrar a todos el camino que lleva a Dios, en quien el futuro es posible. Que nada nos distraiga[4]. Unidos a Dios a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo, fijemos la mirada en la meta y sigamos a Jesús, aprendiendo a amar como él, que, como dice el Papa, no solo habla, sino que actúa[5].

San Agustín comenta que los demonios reconocieron que Jesús era Dios, pero sus obras eran malas. Por eso Jesús les ordenó callar. Tenían conocimiento, pero no tenían amor[6]. Que no nos falte amor. No le cerremos nunca el corazón a Dios[7], a la familia y a los que nos rodean, especialmente a los más necesitados. Como Jesús, ayudemos a todos a encontrar la salida, haciendo con ellos todo el bien que podamos y llevándolos a Dios, que hace la vida por siempre feliz.

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

__________________________________

[1] Cf. Aclamación: Mt 4, 16.
[2] Cf. 1ª Lectura: Dt 18, 15-20.
[3] Cf. Gesù di Nazaret, Ed. Rizzoli, Italia, 2007, pp. 22-24.
[4] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 7, 32-35.
[5] Cf. Ángelus, 28 de enero 2018.
[6] Cf. La ciudad de Dios, IX, 20-21.
[7] Cf. Sal 94.

 

Domingo de la Palabra de Dios – III Domingo Ordinario ciclo B, 2021

adminDía del Señorenero 23, 20210

El Reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio (cf. Mc 1,14-20)

…

Simón, Andrés, Santiago y Juan tenían familia, amistades y trabajo. Eran parte de una comunidad, con sus cosas buenas y malas. Su vida era normal, y a veces rutinaria, como la nuestra. Pero de pronto Jesús vino a su encuentro y les abrió un panorama infinito y maravilloso.

Los invitó, como dice el Papa, a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad: el amor a Dios y al prójimo[1].

Y ellos le entraron. Siguieron a Jesús, que les enseñó a mirar lo que hasta ahora pasaban por alto y a dejar atrás, como dice san Jerónimo, el antiguo trato del mundo[2]. Así aprendieron a relacionarse con la familia y con los demás de una manera nueva: haciendo todo para ayudarles a alcanzar una vida plena y eterna.

También hoy, el Señor, que es bueno y nos enseña el camino[3], viene a nuestro encuentro y nos llama a mejorar, como hizo con los ninivitas por medio de Jonás[4]. Y nos pide que, así como él nos echa la mano, le echemos la mano a los demás; que rescatemos a la familia y a la sociedad del mar tempestuoso del egoísmo, la soledad, los vicios, la pobreza y la violencia, y los llevemos a Dios, que hace la vida por siempre feliz.

¿Cómo hacerlo? Amando y haciendo el bien, como enseña la Palabra de Dios, que se encuentra en la Biblia y en la Tradición de la Iglesia[5] ¡Alimentémonos todos los días de esa Palabra! Así, como explica el Papa, al igual que Jesús, sabremos convertirnos en contemporáneos de las personas que encontremos y saldremos juntos adelante, sin dejarnos anclar en nostalgias estériles por el pasado, ni perdernos en ilusiones desencarnadas hacia el futuro[6].

Quizá nos dé un poquito de miedo seguir de verdad, con todo, a Jesús. Así le pasaba a san Agustín, que confiesa: “estaba entregado al goce de los bienes del momento presente, que se me escurrían entre las manos dejándome distraído y disperso. Y yo me decía: “Mañana”…. Dejaba siempre para mañana el vivir en ti … Deseando la vida feliz, tenía miedo de hallarla y huía… El temor es enemigo de lo nuevo… Pero, ¿dónde hay fuera de ti, Dios mío, seguridad verdadera?”[7].

Con Jesús no perdemos nada ¡Al contrario! Por eso san Agustín aconseja: “Encomienda a Dios todo lo que de él has recibido, con la seguridad de que nada habrás de perder: florecerá en ti lo que tienes podrido… Lo que hay en ti de fugaz y perecedero será reformado; las cosas no te arrastrarán hacia donde ellas retroceden, sino que permanecerán contigo y serán siempre tuyas, en un Dios estable y permanente”[8].

¡No le saquemos! La vida es corta. Las cosas, las enfermedades, las alegrías, las dificultades y las penas son pasajeras[9]. Veamos más allá, hacia la meta eterna, y sigamos a Jesús, que nos guía a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo. Así podremos ir mejorando y hacer que nuestro paso por esta vida valga la pena, haciendo algo por los demás ¡A echarle ganas!

 

+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

________________________________________

[1] Cf. Homilía Santa Misa, Lima, 21 de enero de 2018.
[2] Cf. Catena Aurea, 6114.
[3] Cf. Sal 24.
[4] Cf. 1ª Lectura: Jon 3, 1-5.10.
[5] Cf. Aperuit illis, 11.
[6] Ibíd., 12-13.
[7] Confesiones, II, 6, 2; VI, 11, 1; XI, 4; II, 6
[8] Ibíd., IV, 11, 1.
[9] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 7, 29-31.

 

Homilía para el II Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B (2021)

adminDía del Señorenero 17, 20210

Hemos encontrado al Mesías (cf. Jn 1, 35-42)

…

Andrés y el otro discípulo eran como nosotros: gente con virtudes y defectos, alegrías y penas, planes y problemas, temores y sueños. Pero sobre todo, eran buscadores de vida plena y eterna. Y sabían que sólo en Dios la podían encontrar. Por eso lo buscaban, dispuestos a dejarse ayudar para encontrarlo.

De ahí que, reconociendo en el Bautista a un enviado del Señor, se hicieron discípulos suyos. Y efectivamente, Juan era un hombre de Dios, que no buscaba tener un club de admiradores, sino orientar a los demás al encuentro con el Señor, como hizo Elí con Samuel[1]. Por eso, cuando llegó Jesús, les hizo ver que era a él a quien buscaban.

¡Sí! Jesús es aquel a quien buscamos. Porque en él, Dios, creador amoroso e inteligente de cuanto existe, origen, sostén, meta y plenitud de todas las cosas, se ha hecho uno de nosotros y ha venido a nuestro encuentro, para, amando hasta dar la vida, liberarnos del pecado que cometimos, compartirnos su Espíritu de Amor y unirnos a él, que hace la vida feliz para siempre.

Escuchando a Juan, Andrés y el otro discípulo siguieron a Jesús, quien al verlos les preguntó: “¿Qué buscan?”. Ellos, manifestándole su decisión de ser discípulos suyos, contestaron: “¿Dónde vives, Maestro?”. A lo que él respondió: “Vengan a ver”. Así, como señala el Papa, Jesús los introdujo en el misterio de la Vida[2]; los hizo partícipes de su Espíritu de Amor para compartirles la felicidad sin final de ser hijos de Dios, que consiste en amar con la totalidad de nuestro ser, incluido nuestro cuerpo[3].

También a nosotros nos comparte esta dicha, total y sin final, uniéndonos a él a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo. Si lo sabemos encontrar ahí, que es donde vive, nos llenaremos de tal manera de su amor que lo desbordaremos, sintiendo la necesidad de compartirlo con los demás. Porque quien encuentra a Dios ama; y porque ama, procura la salvación de todos, como dice san Beda[4].

Así lo hizo Andrés: fue con su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, y lo llevó con Jesús. Andrés empezó por casa. Ahí debemos comenzar también nosotros. Vayamos al encuentro de la familia, de los amigos, de los vecinos, de los compañeros y de cuantos podamos, y llevémoslos al encuentro de Jesús ¿Cómo? Cumpliendo la voluntad de Dios[5], que nos pide amar y hacer el bien.

Amemos y hagamos el bien. Como san Antonio Abad, que vivía de tal manera que la gente lo llamaba “amigo de Dios” y lo quería como a un hijo o a un hermano[6]. O como el beato Carlo Acutis, un adolescente nacido en 1991, que con su testimonio, evangelizando a través de los medios digitales y ayudando a inmigrantes, discapacitados y pobres, logró que muchos, comenzando por su mamá, encontraran a Jesús. Hagámoslo también, teniendo presente aquello que Carlo decía: “Nuestra meta debe ser el infinito, no lo finito”.

 

+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

___________________________________

[1] Cf. 1ª Lectura: 1 Sam 3, 3b-10.19.
[2] Cf. Santa Misa con sacerdotes, consagrados, religiosas y seminaristas, Morelia, 16 de febrero de 2016.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 6, 13c-15a.17-20.
[4] Cf. Catena Aurea, 12141.
[5] Cf. Sal 39.
[6] Cf. San Atanasio, Vida de san Antonio, Cap. 1.

 

Homilía de nuestro Obispo para el domingo del bautismo del Señor, ciclo B 2021

adminDía del Señorenero 9, 20210

“Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias” (cf. Mc 1,7-11)

…

Todos queremos realizarnos y ser felices. Pero en esa búsqueda, a veces nos dejamos deslumbrar por personas a las que idealizamos y seguimos: influencers, artistas, deportistas, luchadores sociales, ideólogos, políticos, gente carismática con algún liderazgo religioso, u otros. Sin embargo, esto tiene siempre un riesgo: elegir mal, cometer errores, decepcionarnos y terminar en un callejón sin salida.

Juan el Bautista, que era un hombre de Dios, lo sabía. Por eso fue honesto con sus seguidores. No se dejó ganar por el deseo de tener influencia y poder sobre ellos, sino que, cumpliendo su misión, les dijo: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo”. Así los orientó hacia aquel que todos debemos seguir: Dios, que ha venido a nosotros en Jesús.

Y para que a todos nos quede claro, cuando Jesús salió del agua después de hacerse bautizar por Juan para inaugurar el Bautismo, se abrieron los cielos, descendió sobre él el Espíritu Santo, y el Padre, creador inteligente y amoroso de todas las cosas, hizo oír su voz[1], diciendo: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias”.

¡Qué presentación! Ya no hay duda. Ya no necesitamos andar buscando. Jesús es el verdadero líder al que debemos seguir. El auténtico modelo al que debemos imitar. Porque él, que confía en el Padre y cumple su voluntad, es el único que puede liberarnos del pecado, causa de todos los males, unirnos a Dios y hacernos felices para siempre.

¡Nadie puede ofrecernos algo así! ¡Nadie! ¿Y cómo lo logra Jesús? No gritando, regañando o imponiéndose, como hace notar el Papa[2]. No buscando sólo a los buenos, ni esperando a que todo sea ideal, sino amando y haciendo el bien[3], entrándole con todo, hasta dar la vida, dispuesto a buscar el poquito bien que quizá haya en nosotros, y partir de ahí para sacarnos adelante[4]. 

¡Ese es el estilo de Jesús para mejorarnos a nosotros, mejorar al mundo, y ofrecernos un futuro! Y nos propone que sea nuestro estilo también. Porque a partir de nuestro Bautismo, él nos liberó del pecado y nos unió a su cuerpo, la Iglesia, para hacernos hijos de Dios, compartiéndonos su Espíritu de Amor para que colaboremos en la misión que el Padre le confió: salvar al mundo.

Empecemos en casa y en nuestros ambientes, descubriendo, como dice el Papa, lo mucho que vale toda persona, siempre y en cualquier circunstancia[5], y tratemos bien a todos, dándole la mano al que peca y, como dice san Jerónimo, ayudando al prójimo a llevar su carga[6].

Fortalecidos con la gracia que Dios nos ofrece a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo, aprendamos a ver la chispa de bien que siempre hay en las personas y en los acontecimientos, aunque sea muy pequeña, y hagámosla crecer, amando y haciendo el bien, para orientar a todos hacia Jesús, que hace realidad nuestro anhelo de realización y felicidad, sin límites y sin final.

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

________________________________

[1] Cf. Sal 28.
[2] Cf. Ángelus 8 de enero de 2017.
[3] Cf. 2ª Lectura: Hch 10, 34-38.
[4] Cf. 1ª Lectura: Is 42, 1-4.6-7.
[5] Cf. Fratelli tutti, 106.
[6] Cf. Citado en Catena Aurea, 4214.

 

Homilía de nuestro Obispo para la epifanía del Señor

adminDía del Señorenero 3, 20210

Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo (cf. Mt 2,1-12)

…

La vida es estupenda y el universo una maravilla. Pero también hay enfermedades, penas, problemas, desilusiones y pandemias. Y un día todo acabará.

Por eso a veces nos rodean las tinieblas de la duda, la confusión, el temor y el desánimo. ¡Pero Dios resplandece para nosotros[1]! ¡Vayamos a su encuentro! Como los magos de Oriente, que al ver su señal se pusieron en marcha para adorarlo.

Seguramente también los magos se sentirían a oscuras muchas veces. Pero eran sabios que miraban más allá de lo inmediato. Así descubrieron que el universo nos habla de Dios. Por eso no se conformaban con saber cómo funcionan las cosas, sino que buscaban al Autor de cuanto existe; al que lo dirige todo con inteligencia y amor; al que le da sentido a la vida; al que nos libera y nos conduce al progreso y la felicidad eterna[2].

¡Y la señal apareció! Ellos, que uniendo fe y razón, ciencia y religión, habían alcanzado una visión más completa de la realidad, supieron percibirla, y se pusieron en marcha para adorar a Jesús. Porque eso es adorar, como explica el Papa: es encontrarse con Jesús; es descubrir que la vida es una historia de amor con Dios; es salir de la esclavitud de uno mismo; es desintoxicarse de lo inútil, poner cada cosa en su lugar, darle el primer puesto a Dios y dejarse transformar con su amor[3].

Los magos vieron al Niño, sin palacio, sin dinero y sin ejército. Pero no se decepcionaron. Sabían que ese tipo poder se acaba. Que lo que Jesús ofrece es una vida plena y eterna. Por eso, con inmensa alegría, le ofrecieron el regalo de su fe. Esa fe que manifestaron con obras, al volver a su tierra por otro camino. Así, como dice san Gregorio Magno, nos dan una gran lección: habiéndonos encontrado con Cristo, hay que cambiar de rumbo[4].

No volvamos a Herodes, símbolo del egoísmo que nos hace superficiales e insensibles, que nos empuja a manipular y dominar a los demás, y que nos hace temerosos ante Jesús, pensando que nos quita algo, cuando en realidad nos lo da todo ¡Nos da a Dios!

Aprendamos de los magos a estar abiertos a lo grande; a saber unir fe y razón, ciencia y religión; a estar atentos a las señales que Dios nos envía a través de las personas y de los acontecimientos; a ponernos en marcha para encontrarlo; a pedir ayuda cuando perdemos su señal.

Entonces lo hallaremos y podremos adorarlo en su Palabra, en la Liturgia, en la Eucaristía y en la oración, y ofrecerle nuestra fe, convirtiéndonos en una estrella que refleje su amor, que libera y salva[5], en casa y en nuestros ambientes. Así nos ayudaremos unos a otros a experimentar que somos amados, que podemos amar y que es posible alcanzar la alegría que nunca terminará.

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

____________________________________

[1] Cf. 1ª Lectura: Is 60,1-6.
[2] Cf. 2ª Lectura: Ef 3,2-3.5-6.
[3] Cf. Homilía en la Epifanía del Señor, 6 de enero de 2020.
[4] Cf. Homiliae in Evangelia, 10, 7.
[5] Cf. Sal 71.

 

Señor Obispo reflexiona sobre la Sagrada Familia

adminDía del Señordiciembre 27, 20200

LA SAGRADA FAMILIA
Homilía de
Mons. Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

Todos venimos de una familia. Una familia con alegrías y con penas. Una familia que quizá extraña la ausencia de papá, de mamá, de un hijo, de un hermano o de un abuelo. Una familia que probablemente enfrente dificultades y tenga pleitos. Es normal. Porque como dice el Papa, no hay familia perfecta.

Pero seguramente queremos salir adelante ¿Como hacerlo? No dejando que los enojos, las tristezas y las decepciones se nos queden en el alma, porque de lo contrario, nos van a infectar de amargura, resentimiento y deseo de venganza.

María nos da ejemplo. Por eso Simeón le anunció: “ una espada atravesará tu alma”. Porque María, como explica san Agustín, aunque enfrentó la peor de las penas, ver morir a su Hijo único destrozado en la cruz, no permitió que la tristeza se quedara en su alma, sino que dejó que sólo la cruzara.

También José fue capaz de hacerlo. Él, como explica el Papa, supo asumir su responsabilidad y reconciliarse con su propia historia. Porque cuando no lo hacemos, nos convertimos en prisioneros de nuestras espectativas y de las consiguientes decepciones.

Podemos sentir enojo, tristeza y decepción. Pero no permitamos que estos sentimientos se nos queden y nos dominen. Hay que dejarlos pasar. Y solo Dios puede darnos la fuerza para hacerlo.

Por eso debemos aprender de la Sagrada Familia a estar unidos a Dios, que siendo único, es familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El nos creó para vivir en familia y ser parte de su familia, la Iglesia. Y aunque le fallamos, siguió amándonos y lo dio todo para salvarnos; se hizo uno de nosotros en Jesús a fin de liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos.

Solo necesitamos reconocer a Jesús como nuestro salvador, tal y como hicieron Simeón y Ana. Así nos sentiremos familia de Dios. Así nos experimentaremos incondicional e infinitamente amados. Así encontraremos consuelo y fuerza para sortear los obstáculos y seguir adelante, hasta llegar a la meta: la casa del padre, en quien seremos felices por siempre.

Por eso es tan importante que, al igual que María y José llevaron al Niño al templo, los papás lleven a sus hijos a Dios, y así, juntos, como familia, se unan a él, presente en su iglesia, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo.

Es lo mejor que pueden hacer. Lo demás es importante. Pero esto es fundamental y definitivo. De eso depende la vida presente y futura. Unidos a Dios somos capaces de no rendirnos cuando hay problemas en casa; de amar y de poner de nuestra parte para restaurar lo que se ha dañado.

El amor nos impulsa a honrar a nuestros padres. A sentir pasión por lo que les pasa a los demás. A ser generosos, humildes, amables, pacientes y agradecidos. A saber soportarnos y perdonarnos. Ese es el camino que el Señor nos muestra. Sigámoslo, y nos irá bien.

 

 

IV Domingo de Adviento, ciclo B

adminDía del Señordiciembre 22, 20200

Concebirás y darás a luz un Hijo (cf. Lc 1, 26-38)

…

David, que había alcanzado el éxito, se acordó de que mientras que él vivía en una mansión, el arca e Dios estaba en una tienda de campaña.

Entonces decidió construirle una casa. Pero el Señor le hizo ver que en realidad, todo lo que era y tenía, se lo había dado él, y que estaba dispuesto a darle todavía más: consolidar su descendencia y su reino para siempre[1].

Así es Dios. Es él quien nos lo da todo ¡Hasta más de lo que esperamos! Sin embargo, a veces lo olvidamos. Entonces acabamos creyendo que somos únicamente nosotros los que construimos lo que somos y tenemos. Pero eso nos limita, porque por mucho que nos esforcemos, siempre habrá cosas que nos superen. Entre ellas, la muerte, que entró en el mundo a causa del pecado que la humanidad cometió.

Pero Dios, que nos ama para siempre[2], nos ha echado la mano enviándonos a Jesús, en quien se ha hecho uno de nosotros para liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar. Así nos ofrece un futuro. Nos hace posible alcanzar lo que para nosotros es imposible.

Solo necesitamos fiarnos de él y hacer lo que nos pide, como supo hacerlo la Virgen María. A ella, Dios la había creado y elegido para tener parte en su gran proyecto de salvar al universo, asignándole una participación única: concebir por obra del Espíritu Santo y dar a luz a su Hijo, el salvador, cuyo reinado no tendrá fin.

“¿Cómo podrá ser esto –pregunta María–, puesto que yo permanezco virgen?”. “No duda que debe hacerse –explica san Ambrosio–, puesto que pregunta cómo se hará”[3]. María confía en Dios, en su sabiduría, en su omnipotencia, en su bondad y en su amor. Por eso responde al mensajero divino: “He aquí la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”.

La respuesta de María, como señala el Papa, expresa disponibilidad y servicio[4]. No pidió garantías. No exigió privilegios. No insistió en que se le predijera el futuro. Hizo lo que Dios le pedía. Hagámoslo también. Entrémosle al proyecto de Dios de salvarnos y de salvar nuestro matrimonio, nuestra familia y al mundo, siendo comprensivos, justos, pacientes, solidarios, serviciales, perdonando y pidiendo perdón.

Quizá nos parezca imposible. Y lo es, si queremos hacerlo solos. Pero Dios está con nosotros. Él, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo, nos da la fuerza que necesitamos[5]. Solo hace falta que, como María, lo dejemos entrar en nuestras vidas, para que él pueda actuar en nosotros y a través de nosotros ¡Hagámoslo!

 

 +Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

________________________________________

[1] Cf. 1ª Lectura: 2 Sam 7,1-5.8-12.14.16.
[2] Cf. Sal 88.
[3] Catena Aurea, 9134.
[4] Cf. Ángelus, 24 de diciembre de 2017.
[5] Cf. 2ª Lectura: Rm 16,25-27.

 

III Domingo de Adviento, ciclo B

adminDía del Señordiciembre 14, 20200

Vino como testigo, para dar testimonio de la luz (cf. Jn 1, 6-8.19-28)

…

Muchas veces, nuestras inseguridades y las presiones sociales nos empujan a aparentar ser lo que no somos y a ocultar lo que sí somos. Por eso copiamos modelos egoístas, superficiales, materialistas, utilitaristas y violentos que la moda presenta como exitosos; y, temiendo estar “fuera de época”, ocultamos nuestra identidad cristiana, con todo lo que eso implica: ser sencillos, comprensivos, justos, solidarios, perdonar y pedir perdón.

¡Qué diferente era Juan! Él sabía muy bien quién era y cuál era su misión. Así, seguro de su identidad, podía relacionarse sanamente con los demás y ayudarlos, de acuerdo a lo que le tocaba. Por eso san Gregorio Magno hace notar que a las preguntas sobre quién era, respondió negando claramente lo que no era, “pero no negó lo que era”[1]. 

Negó ser el Mesías, pero reconoció ser el enviado por Dios, creador de cuanto existe, para invitar a todos a preparar en sus vidas y en sus ambientes el camino de Aquel que, ungido por el Espíritu del Señor, nos trae la buena noticia de que viene a sanar los corazones arrepentidos, a liberarnos de la cautividad del pecado, y hacernos gozar de la dicha de Dios por toda la eternidad[2].

¿Cómo prepararnos a recibir a quien es capaz de ofrecernos todo esto? Quitando los obstáculos que niegan nuestra identidad y reconociendo lo que somos: hijos de Dios, ungidos con su Espíritu para vivir como Jesús: alegres, dando gracias, discerniendo para elegir lo bueno y conservarnos irreprochables hasta su llegada[3].

Nuestra alegría, como dice el Papa, viene de la certeza de que el desierto de la vida está habitado por Jesús [4], en quien Dios ha puesto sus ojos en nosotros[5], para echarnos la mano a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo, y ayudarnos a preparar en nosotros su camino de modo que, amando y haciendo el bien, ayudemos a la familia y a los demás a hacerlo también.

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

_______________________________
[1] In Evang. hom 7.
[2] Cf. 1ª. Lectura: Is 61,1-2.10-11.
[3] Cf. 2ª. Lectura: 1 Tes 5,16-24.
[4] Ángelus, 17 de diciembre de 2017.
[5] Cf. Salmo responsorial, tomado de Lc 1.

 

II Domingo de Adviento, ciclo B

adminDía del Señordiciembre 6, 20200

Preparen el camino del Señor (cf. Mc 1, 1-8)

…

La vida es formidable. Pero hay momentos en que el panorama se pone oscuro y no vemos la salida; enfermedades, penas, problemas ¡Tantas cosas! Y ahora, hasta una pandemia que sigue echándonos a perder actividades, planes y proyectos, y que no deja de causar dolor, miedo, incertidumbre y muerte.

Pero en medio de todo eso, hoy escuchamos a Dios que dice: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”[1]. ¡Qué maravilla! Aunque parezca lo contrario, él no se olvida de nosotros. Y no solo nos da una “palmadita”, sino que nos anima a seguir adelante haciéndonos ver el futuro inigualable y sin final que nos aguarda junto a él.

Para eso envió a Jesús, que se hizo uno de nosotros para liberarnos del pecado, compartimos su Espíritu y hacernos hijos suyos. ¡Esto es lo celebramos en Navidad! Y ese mismo Jesús, el Héroe de todos los héroes, que está siempre con nosotros echándonos la mano, volverá para culminar la obra que empezó.

Sin embargo, quizá sintamos que se está tardando; que ya debería venir para poner orden definitivamente en todas las cosas y llevarnos adelante. Pero lo que pasa, como explica san Pedro, es que nos tiene mucha paciencia y nos da tiempo para que pongamos de nuestra parte y así pueda hallarnos en paz, con él, con nosotros mismos y con los demás[2].

Por eso, a través del Bautista, nos invita a descubrir que él, a quien nada ni nadie puede compararse, llegará, y prepararnos a recibirlo, elevándonos a Dios a través de su Palabra, de la liturgia, de la Eucaristía y de la oración; rebajando nuestro egoísmo; enderezando nuestras intenciones torcidas; y quitando los obstáculos de la mentira, la manipulación, la injusticia, los chismes, los rencores, la corrupción, la indiferencia y la violencia, que nos hacen tropezar a nosotros mismos y a los demás.

San Jerónimo explica que quien se ama a sí mismo y no ama al prójimo, se aparta del camino, y que quien ama al prójimo pero no se ama sí mismo, se sale del camino[3]. Amémonos a nosotros mismos y dejémonos ayudar por Dios, que es capaz de salvarnos y de hacer que demos fruto[4]. ¿Cuál fruto? Un amor que nos haga llevar su consuelo a la familia y a los demás, especialmente a los más necesitados.

“El Salvador que esperamos –recuerda el Papa– es capaz de transformar nuestra vida… con la fuerza del Espíritu Santo, con la fuerza del amor… La Virgen María vivió en plenitud esta realidad… Que Ella, que preparó la venida del Cristo con la totalidad de su existencia, nos ayude a seguir su ejemplo y guíe nuestros pasos al encuentro con el Señor que viene” [5].

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

___________________________

[1] Cf. 1ª Lectura: Is 40,1-5.9-11.
[2] Cf. 2ª Lectura: 2 Pe 3, 8-14.
[3] Cf. Catena Aurea, 6102.
[4] Cf. Sal 84.
[5] Cf. Angelus, 10 de diciembre de 2017.

 

I Domingo de Adviento, ciclo B

adminDía del Señordiciembre 5, 20200

Velen, pues no saben a qué hora regresará el dueño de la casa
(cf. Mc 13, 33-37)

…

Dos amigos acampaban. Y al despertar, uno dice: “Mira hacia arriba y dime qué ves”. “El cielo”, contesta el otro. “Y eso, ¿qué te dice?”, pregunta el primero. “¿Que hay millones de galaxias y de planetas?”, responde preguntando el otro. “¡No!”, grita el primero: “¡Que nos han robado la tienda de campaña!”. Moraleja: hay que estar alerta.

Sí, hay que estar alerta. Porque a nadie le gusta que le quiten sus cosas. Y Dios, que nos ha creado y nos ama, no quiere que perdamos lo más valioso que nos ha regalado: la vida. Por eso, cuando nos dejamos “dormir” por el demonio, que haciéndonos desconfiar del Creador nos robó la paz y la vida, Dios rasgó el cielo y bajó[1], hasta hacerse uno de nosotros en Jesús, para rescatarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar.

Así nos enriqueció de tal manera que no carecemos de ningún don[2]. ¡Esto es lo que celebramos en Navidad! Y para vivir esta gran fiesta de amor, hoy iniciamos un tiempo de entrenamiento especial llamado “Adviento”, en el que Dios, que viene continuamente a echarnos la mano[3], nos ayuda a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía y de la oración, a comprender que Jesús, que vino a salvarnos y retornó al Padre, nos ha encomendado su casa, esperando que al volver nos encuentre haciendo lo que nos toca.

Sí, él nos ha confiado nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestro noviazgo, nuestros ambientes de vecinos, de amistades, de estudio y de trabajo, nuestra comunidad, nuestra Iglesia, nuestra ciudad, nuestro estado, nuestro país, nuestro mundo, y nuestra tierra, y espera que trabajemos con ganas, amando y haciendo el bien.

“El amor –recuerda el Papa–… nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa… la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro… hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor”[4]. Y esa plenitud Jesús la hará eterna cuando vuelva para llevarnos a gozar por siempre de él.

Por eso, ¡cuidado con quedarnos dormidos, encerrados en nosotros mismos, y mirando a los demás como si fueran cosas que podemos usar, desechar o ignorar! Porque como advierte san Agustín, el día del retorno del Señor encontrará dormido “a todo aquel a quien el último día de su vida le haya encontrado desprevenido”[5].

“El Evangelio –comenta el Papa– no nos quiere dar miedo, sino abrir nuestro horizonte a otra dimensión, más grande” [6]. ¡Sí! Dios, que nos ama y quiere lo mejor para nosotros, nos invita a salir del egoísmo, que nos restringe y nos confina; nos invita a ir más allá de lo inmediato y pasajero; y ser capaces de desarrollarnos infinitamente, abarcando a la familia, a los demás y al mundo entero, hasta alcanzar una vida dichosa, sin límites y sin final. Por eso, ¡a velar y a estar preparados!

 

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

 

___________________________________

[1] Cf. 1ª Lectura: Is 63, 16-17. 19; 64, 2-7. 
[2] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 1, 3-9.
[3] Cf. Sal 79.
[4] Fratelli tutti, 62, 66, 68.
[5] Epístola 80.
[6] Angelus, 27 de noviembre 2016.

 

1 2 … 18 Next →
  • Inicio
  • Obispo
  • Diócesis
  • Curia Diocesana
  • Parroquias
  • Presbiterio
  • Vida Consagrada
  • Colegios Católicos
  • Obras Sociales
  • Seminario
  • Enlaces
  • Artículos
  • Movimientos Laicales
  • Diezmo Diocesano
  • Decanatos
  • Comisiones Diocesanas
  • COPNNAAV
  • Contacto

Publicaciones Recientes

  • Felicidades Mons. Eugenio Lira por sus 10 años como Obispo
    Felicidades Mons. Eugenio Lira por sus 10 años como Obispo

    #AñoDelEncuentro @DiócesisMat...

  • II Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia 2021
    II Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia 2021

    Dichosos los que creen sin haber visto (cf. Jn 20,...

  • Papa Francisco: la Pascua da esperanza
    Papa Francisco: la Pascua da esperanza

    Este Domingo de Resurrección, en una mañana solead...

  • Mensaje de Pascua por Mons. Eugenio Lira
    Mensaje de Pascua por Mons. Eugenio Lira

    #AñoDelEncuentro DiocesisMat...

  • ¿Por qué recorrer siete iglesias en Jueves Santo?
    ¿Por qué recorrer siete iglesias en Jueves Santo?

    El recorrido de las siete iglesias en la noche del...

RSS Noticias de ACI Prensa

  • Hoy se celebra a San Hermenegildo, mártir y “patrono de los conversos”
  • ¡Nadie debería perder la vida por falta de oxígeno!, clama arzobispo peruano
  • 6 historias de favores obrados por la intercesión del Beato P. Michael McGivney

RSS Aleteia.org | Español – valores con alma para vivir feliz

  • Cómo resolver los conflictos del día a día
  • Cómo celebrar en casa el martes, 13 de abril
  • “¡Es hora del Ecuador!”: Un mensaje de la Iglesia tras las elecciones

RSS Vatican News – Español

  • Celebrando la Divina Misericordia con el Papa Francisco
  • Reverendo Matteo: nuevo subsecretario adjunto para la Doctrina de la Fe
  • Abdel Salam, crónica del camino de dos campeones de la fraternidad humana

RSS Catholic.net :: Meditación Diaria

  • La fe, un renacer con la fuerza de Dios
  • Nicodemo acude a hablar con Jesús
  • Consejos para recuperar la paz espiritual
Carta Pastoral 2019
Universidad Pontificia de México
Universidad Noreste de México
Construcción del Instituto de Filosofía
monsenor_dia
cem
mensajero_logo
biblia_en_linea

Diócesis de Matamoros

Calle 4 entre Morelos y González #37 Zona Centro
H. Matamoros, Tam. México C.P. 87300

Téls: (868) 813-5511, 813-4548
Email: info@diocesisdematamoros.org

RSS Diócesis de Matamoros Diócesis de Matamoros en Twitter Diócesis de Matamoros en Facebook