Tu eres mi Hijo muy amado; en ti me complazco (cf.Lc 3,15-16.21-22)
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Como nosotros, la gente en aquel tiempo esperaba con ansia que alguien viniera a echarle la mano para mejorar su vida. Algunos pensaban que el Bautista era el esperado. Pero él, al tiempo de aclarar con honestidad que no lo era, anunció que ya venía el que habría de bautizar con el Espíritu Santo y con fuego.
Y el momento llegó; Jesús se presentó en el Jordán. Y mientras era bautizado y estaba orando, se abrieron los cielos, bajó sobre él el Espíritu Santo y se escuchó la voz del Señor[1], que dijo: “Tú eres mi Hijo muy amado; en ti me complazco”.
¿Qué mejor presentación podíamos esperar? El propio Dios, creador del universo, declara que Jesús, su Hijo, Dios hecho uno de nosotros, es el esperado; porque, como explica san Beda, a través de él, el Padre cumple lo que desea: salvarnos[2].
Por eso Jesús, que no tiene pecado, se coloca entre los pecadores, para acercarse a nosotros y sacarnos adelante ¿Cómo? Con el poder del amor, que es Dios. Así, amando hasta dar la vida, nos libera del pecado, nos da su Espíritu, nos une a su cuerpo, la Iglesia, y nos abre las puertas del cielo haciéndonos hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz.
Esto es lo que nos hace ver al inaugurar para nosotros el bautismo en el Jordán, como explican san Agustín y san Beda[3] ¡Eso fue lo que sucedió el día que fuimos bautizados! Por eso el Papa nos invita a festejar la fecha de nuestro bautismo, para reafirmar nuestra unión a Jesús y al Espíritu Santo, y vivir como hijos de Dios[4] .
Sí, somos hijos de Dios. Y Dios es amor. Por eso, lo nuestro es amar. Sólo así, amando, podemos realizarnos, construir un mundo mejor y alcanzar la vida eterna. Y Jesús nos enseña que, quien se deja guiar por el Amor, pasa por la vida haciendo el bien[5].
¿Hemos pasado por la vida haciendo el bien a nuestra familia y a la gente que nos rodea? A lo mejor nos respondemos que lo hemos intentado, pero que no es fácil, porque muchas cosas en casa, la escuela, el trabajo, la sociedad, la Iglesia y el mundo están resquebrajadas y casi a punto de apagarse.
Jesús también encontró un ambiente difícil. Es más, muchas veces ha encontrado que nosotros mismos estamos algo resquebrajados y casi apagados ¿O no? ¿Y qué hace? ¿Termina de rompernos o de apagarnos? ¡Al contrario! Nos echa la mano para sacarnos adelante[6]. Así nos enseña cómo actúa quien es hijo de Dios.
Aprendamos de Jesús a dejarnos guiar por el Espíritu de Amor que hemos recibido en el bautismo, para que, como él, fortalecidos con su Palabra, sus sacramentos y la oración, pasemos por la vida haciendo el bien, ayudando a restaurar lo resquebrajado y avivar lo que se está apagando en nosotros mismos, en nuestro matrimonio, en nuestra familia, en nuestra comunidad y en el mundo. Así, también el Padre podrá complacerse en nosotros.
+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 28.
[2] Cf. Catena Aurea, 9321.
[3] Cf. De Trinitate, 5, 26; Catena Aurea, 9321.
[4] Cf. Ángelus, 10 de enero de 2016.
[5] Cf. 2ª Lectura: Hch 10,34-38.
[6] Cf. 1ª Lectura: Is 42,1-4.6-7.